Si la próxima elección no implica la continuidad de los cambios impulsados por Francisco, el dispositivo de poder que consolidó durante 12 años, habrá fallado.
La Constitución canónica establece que la elección de un papa se realiza entre el decimoquinto y vigésimo día posterior a la muerte del anterior. Especialmente después de los "Novendiali", los nueve días de celebración del sumo pontífice fallecido. La relojería arrancó el sábado, con la inhumación de Jorge Mario Bergoglio en el Vaticano y este lunes le pusieron fecha al comienzo de las elecciones para elegir a su sucesor.
Serán a partir del 7 de mayo, cuando se reúnan los cardenales menores de 80 años. En total son 180 y hay 138 que están en condiciones de votar porque no cumplieron esa edad límite. De ellos, el 80% fue nombrado por Francisco, pero eso no significa que las reformas que imprimió a la Iglesia en sus 12 años de papado continúen el mismo curso.
Todas las reformas que Bergoglio impulsó como jefe de la Iglesia Católica fueron pensadas para perdurar. Antes de viajar a Roma para participar del cónclave de marzo de 2013, el entonces arzobispo porteño había cumplido 75 años y ya le había enviado su carta de renuncia al papa Benedicto XVI, porque había llegado a la edad para jubilarse.
Una segunda oportunidad trascendental
Bergoglio era cardenal primado de la Argentina y tenía cuatro años por delante para seguir votando en el colegio cardenalicio. Después del 13 de marzo, cuando fue electo papa, Francisco confió que su expectativa, para lo que le quedaba de vida, era impulsar cambios que fueran irreversibles durante su papado. No tenía ninguna intención de perder el tiempo y por eso la elección de su sucesor encierra un calibre determinante.
Bergoglio estuvo a un paso de ser elegido papa ocho años antes de 2013. En 2005, durante el cónclave para elegir al sucesor de Juan Pablo II, el cura argentino reunió los votos suficientes, pero declinó su candidatura en favor del alemán Joseph Ratzinger. Pudo ejercer su papado hasta 2013 y fue el primero en 500 años que presentó la renuncia. No dejó el cargo por muerte, sino por una decisión personal. La salida de Benedicto XVI abrió una segunda oportunidad para Bergoglio y disparó los interrogantes. ¿Hubo un camino que se abrió en 2005 y se cerró en 2013 con la renuncia de Ratzinger? ¿El alemán abdicó porque no podía seguir adelante con la conducción de la Iglesia?
Con un pacto preestablecido o una partida abrupta, el Vaticano previo a la elección de Bergoglio estaba sumido en una crisis directamente proporcional a la que atraviesa la Iglesia a nivel global. La elección de Francisco implicó una salida a ese escenario. Su designación implicó el desembarco, por primera vez, de la iglesia latinoamericana en el timón de la Santa Sede, para conducir una Iglesia que recibió envejecida, escuálida en seminaristas y fieles, marcada por escándalos de corrupción y pedofilia. Esos momentos quedaron en el recuerdo, fueron la última parte de una sucesión de cardenales europeos que, hasta entonces, al calor de semejante crisis, tuvieron su última chance con el renunciante Ratzinger.
La Iglesia que dejó Bergoglio no es la misma que condujo a partir de 2013. Quizás por eso sus adversarios vienen tejiendo alternativas desde que fue internado en el Hospital Gemelli. La neumonía que casi lo mató en dos oportunidades fue una inflexión para el futuro del papado bergogliano. Después de 38 días internado, Francisco nunca aflojó el mando, ni en los peores momentos. Desde hace diez días ese mando está vacante y sus principales oponentes han vuelto a la carga, como era previsible, para jugar fuerte en la pulseada por el próximo papa.
La rosca del cónclave
Cada nombre que surge antes del cónclave perderá potencia, apenas comience el momento electoral. Las designaciones de Bergoglio dentro del colegio cardenalicio superan el 80% del total y representan los dos tercios requeridos para elegir un papa. ¿Ser articularán esas voluntades detrás de las ideas de quien los nombró? No se sabrá hasta que salga humo blanco de la Capilla Sixtina, pero las tensiones internas anticipan que el cónclave 2025 no será breve.
Las voces opositoras a Bergoglio han comenzado a salir del silencio. “La cuestión no es entre conservadores y liberales, sino entre ortodoxia y herejía”, dijo el cardenal alemán Gerhard Müller para explicar la densidad de la elección que se viene. Junto al húngaro Peter Erdo es parte del sector más conservador de los cardenales y cuenta con respaldo de pares norteamericanos y asiáticos. Para Müller hay que volver a las fuentes. El papa que viene “debe ser ortodoxo, ni liberal, ni conservador”.
Por eso dijo que reza para que "el Espíritu Santo ilumine a los cardenales, porque un papa hereje que cambia cada día dependiendo de lo que dicen los medios de comunicación sería catastrófico”, le dijo al diario británico The Times. Fue una advertencia a quienes impulsan la continuidad bergogliana en los rumbos de la Iglesia y un respaldo a quienes buscan terminar con ese proceso. El mensaje es casi de ruptura y por eso hay especialistas que especulan con un cisma ante la confrontación de ideas que rugirá bajo llave dentro de una semana.
Las chances de un nuevo papa latinoamericano asoman nulas. Lo mismo pasa con los aspirantes de los Estados Unidos. América ya jugó su oportunidad con Bergoglio. El giro que le imprimió a la Iglesia marcará la discusión que se viene a partir del 7 de mayo. La Iglesia del Viejo Continente podría volver al mando, quizás para revertir parte de ese proceso o abrir una etapa de transición. ¿Habrá llegado el momento de un representante de origen africano? Nadie se anima a asegurarlo y menos después del papado de Francisco.
¿Dónde quedará la iglesia latinoamericana que Bergoglio supo representar hasta llegar al mando del Vaticano? Parte de esa presencia en el colegio cardenalicio podría torcer decisiones, pero si la próxima elección no implica la continuidad de los cambios impulsados por Francisco, entonces el dispositivo de poder que consolidó durante 12 años, habrá fallado.
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