Don Felipe, el hombre que planificó y desarrolló Neuquén
Se cumplen 107 años del natalicio del ex gobernador de la provincia, un dirigente al que nunca se le subió el poder a la cabeza.
Felipe Sapag fue sin dudas el gran protagonista de la segunda mitad del siglo XX en la provincia de Neuquén. A los 45 años asumió su primer mandato como gobernador, allá por 1963 y finalizó su quinto mandato en el máximo cargo provincial en 1999, ya con sus largos 82 años. Sin embargo, Don Felipe -como lo conoce la gente de manera afectuosa- sustenta su reconocimiento no solo por la gran cantidad de años en el sillón gubernamental, desde el cual planificó y desarrolló el Neuquén moderno con rutas, hospitales, escuelas, planes de viviendas y avanzados entramados institucionales que combinaban ciencia y sensibilidad social.
Don Felipe es también recordado por ser un bicho raro, un caso único de ser humano al cual el poder no se le subió a la cabeza.
El poder es una fuente de posibilidades muy peligrosa. Quien más poder posee, más bienes materiales dispone y más personas controla. Esto inevitablemente genera cambios en la vida y en la mente su portador, el cual rápidamente se intoxica y cree que es superior al resto.
En una de sus tardes como jubilado en su casa de Belgrano 555, ya con tiempo para la buena conversación, Don Felipe me describía como habían sido los inicios de su primer gobierno, en 1963, y de como un puñado de dirigentes de Cutral Co y Plaza Huincul, con poca experiencia política, sin ningún tipo de formación académica o técnica y con los bolsillos de los pantalones rotos, asumían la responsabilidad de conducir la provincia, es decir, asumían el poder.
Mirándome con los ojos bien abiertos, como aún golpeado por la experiencia vivida, Don Felipe lanzó: “El poder vuelve locas a las personas” y luego de una característica pausa, que utilizaba para ordenar sus ideas desarrolló: “Mucha gente que yo conocía de toda la vida en Cutral Co, humildes, trabajadores, buena gente… de repente les tocaba una cuota de poder en su nuevo rol gubernamental y cambiaban por completo”
Con su típico humor picaresco, remató: “Primero cambiaban el auto, después la casa y por último…a la esposa”.
Nada de eso le sucedió a Felipe. Él era solo un canal a través del cual el poder fluía desde las instituciones, directamente en beneficio del pueblo y nada de esa toxicidad se quedaba atrapada en su interior. Es como si tuviera inoculada una vacuna anti-poder.
No miraba a nadie desde arriba, escuchaba con respeto y atentamente a cada persona que venía a contarle o pedirle algo. No para sacarle un voto, sino porque de verdad le interesaba. Prestaba más atención a los humildes y a los sabios que a los charlatanes y a los empresarios. Vestía siempre las mismas prendas sencillas, sin ostentar lujosas marcas. Sus vacaciones no eran en Europa o Punta del Este, eran más bien en la laguna del Chancho en Copahue o una escapada a su tan amado Norte Neuquino, donde ahora sus restos descansan, en un Varvarco tan bello, sencillo y humilde como él.
No tenía auto, alguna vez tuvo un Ford Fairline o un Renault Torino, pero generosamente se los regaló a sus nietos, un poco por que él ya estaba grande para manejar, otro poco por que disfrutaba de ver la sonrisa dibujada en la cara de su descendencia, pero también porque siempre había alguien que lo llevara a donde tenía que ir. La gente lo cuidaba y aprovechaba para compartir ese ratito con la leyenda neuquina en su asiento del acompañante, en lo que constituiría una colorida anécdota que luego sería contada a la familia y los amigos.
Solo poseía una gran casa, que era grande no para tener lujosos cuartos en los cuales encerrarse y distanciarse del mundo exterior. Era grande para recibir a la mayor cantidad de gente posible. Así en las habitaciones del piso superior del caserón, vivieron muchos años hijos, sobrinos y nietos, que siempre contaban con ese protegido, generoso y desinteresado espacio en caso de una transición o un infortunio.
La planta baja, especialmente diseñada por su esposa y compañera, Doña Chela, tenía un formato circular que conectaba la cocina, el living, el comedor, el recibidor y la oficina. De esa manera, todos los visitantes que a diario acudían a Don Felipe, tendrían una espera confortable, con un cafecito a disposición y espacio para circular libremente y conversar con los demás visitantes.
Disfrutaba de caminar por Neuquén. En sus paseos, fortalecía su cuerpo, pero también su contacto con la realidad. Prestaba más atención al neuquino de a pie que a sus ministros. Así andaba por la calle sin custodios. Primero porque no tenía enemigos, ¿quién habría de intentar dañar a un ser tan bondadoso? segundo porque el único filtro de a quien atendía y a quien no, era él mismo. Solo había que acercarse o tocarle la puerta, y él te atendía.
Era una especie de curandero. Todo aquel que acudía a Don Felipe, se iba mejor de lo que volvía. En sus tiempos de jubilado, ya sin el poder del Estado, un toque de su mano o de su palabra, eran suficientes para reconfortar al más penumbroso. En cambio, durante el Gobierno, con todos los instrumentos institucionales a disposición, un toque de Don Felipe te cambiaba la vida. Significaba una casa, un trabajo, un refugio o un objetivo de vida.
En estos tiempos, la política parece estar protagonizada por dos típicos perfiles de políticos bien diferenciados: aquellos que tienen sensibilidad social, que son intervencionistas, pero que gastan más de la cuenta y generan problemas financieros. Y en oposición, aquellos que buscan el equilibrio financiero, pero con gran insensibilidad, a costa de que los más humildes sufran los crueles ajustes.
Si hoy Don Felipe gobernara, dejaría contentos a todos. Los libertarios lo amarían por que Felipe no te gastaba un peso de más, era un obsesivo de que los números cierren. Pero los colectivistas también lo adorarían, por no dejaba una sola alma con una necesidad sin atender. Buscaba en la creatividad o en el financiamiento externo todas las posibilidades para concretar sus planes de desarrollo o de protección social, y con su prodigiosa memoria no se olvidaba de nada ni de nadie.
Hijo de dos inmigrantes libaneses, Canaan Sabbagh y Nacira Jalil, Felipe tuvo una infancia tan pero tan humilde, que quizás allí se pueda explicar su pasión y empatía por los más necesitados. Pero también tuvo una familia tan amorosa, protectora y creativa, que encontró allí, la fórmula para progresar no individualmente, sino en conjunto, sin dejar a nadie afuera.
Fue un gran hombre que por su avidez a la lectura, accedió al conocimiento a través del sinnúmero de libros que pasaron por sus manos, a pesar de no haber tenido los recursos para una educación formal. También encontró la sabiduría a través del dolor de haber sido discriminado de pequeño, por ser “turco” y tartamudo, por ser tan pobre en su juventud que al caminar alargaba sus pasos para gastar menos los zapatos y que le duraran más -y sobre todo- por haber sufrido el dolor más grande que un ser humano pueda experimentar, que es la pérdida de dos de sus hijos, en manos de los siniestros militares.
Nada lo detuvo, se alzó de fortaleza con la fuerza de su inquebrantable voluntad, en su distinguido intelecto y en el amor de su familia. No solo su familia sanguínea a la que disfrutó y protegió sin descanso, sino de toda su familia de Neuquinos, nacidos o venidos, por los que trabajó y se preocupó hasta agotar el último aliento de su vida.
Ante tanta soberbia y desgracia devenida de la política nacional, fatalmente concentrada en la Capital Federal, Felipe Sapag nos regaló la posibilidad de sostener la frente en alto y poder decir con orgullo que somos neuquinos.
¡Cómo se te extraña querido Felipe!. Hoy se cumplen 107 años del nacimiento de ese maravilloso ser y lo recordamos con un inmenso amor y gratitud.
El documental sobre la vida de Felipe Sapag, dirigido por Néstor Berbel, se encuentra disponible en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=BiILDv9pSoU&t=6s
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