Arturo habló sobre lo que significó el negocio familiar que fundó su padre en 1978 y que marcó a miles de neuquinos. Y reveló la receta de esas exquisiteces.
En 1978, provenientes de Mar del Plata, Humberto Antezana de la Rivera y su familia desembarcaron en Neuquén en busca de un nuevo futuro laboral. Y en tiempo récord, al mes de haberse instalado en esta tierra, abrieron las puertas de lo que significaría una de las confiterías históricas y más recordadas de esta ciudad: El Álamo, que se ubicó en diagonal 9 de Julio 67. Al local gastronómico también se podía acceder por la calle Elordi, cuando esa vía era doble mano.
Tuvo su apertura el 21 de mayo de 1978. En su inauguración estuvieron presentes Antonio Osés, presidente de ACIPAN, Walter Ramín, el intendente Rodolfo de la Fuente, entre otras autoridades.
“Antonio Osés y Walter Ramín fueron los responsables de conseguirnos el local. Nosotros llegamos a Neuquén en abril de 1978 y en 30 días pusimos la confitería. Y lo pudimos concretar gracias a Antonio y Ramín que en ese momento eran socios en ROR Mayorista, Papá Noel, Bazar Para Ti. Ellos nos dieron una gran ayuda para instalarnos”, contó Arturo, el hijo menor de Humberto, que a los 14 años comenzó a trabajar en el negocio familiar.
“Ellos eran amigos de un primo mío de Mar del Plata, Osvaldo Campos, y de ahí el vínculo con la familia. Estuvimos durante 10 años en lo que fue la planta baja de ACIPAN. Durante la inauguración vino mucha gente pero al día siguiente por la mañana no entró nadie. Fue así durante 15 días. La frase de papa era ‘Por la mañana no entró nadie y por la tarde aflojó un poquito”, recordó entre risas.
Humberto estuvo acompañado por su inseparable ladera, Aydee Noemí Leguizamon (Beba), con quien tuvo seis hijos: Carlos, Juan Carlos, Humberto, Luis, Héctor y Arturo.
“Humberto y Luis viven en Plottier, mientras Héctor y yo en Neuquén. Los otros dos regresaron a Mar del Plata”, contó. Beba fue una figura y pieza clave por su mano y gusto por los productos que ofrecía la carta.
Se llenó la confitería
El matrimonio tenía experiencia en la gastronomía al tener en restaurantes y confiterías, concesiones de bufet y dar servicios en fiestas en clubes de Mar del Plata. Llegaron a ser propietarios de la confitería El Álamo, en Avenida Colón e Independencia de La Feliz. Humberto fue presidente del Centro Asturiano, en donde por primera vez se entregaron los premios Estrella de Mar, que reconoce los mejores espectáculos teatrales y artísticos de la temporada.
Como ha sucedido con otros negocios, que en sus inicios no captaban la atención de la gente, El Álamo explotó de un día para el otro: “A los 15 días comenzó a caer gente y en la semana se llenó. Y así sucedió el resto de los días hasta que duró abierto el negocio”, aseguró.
“La mística que tuvo la confitería no fue buscada. El Álamo tenía distintos horarios y nos encontrábamos los hijos con los padres, tíos y amigos. Se compartían las mesas y eso le dio un tinte muy familiar. Era muy lindo todo lo que pasaba”, agregó.
El mozo Luis, su mirada y la movida
Luis Montiel, un mozo que trabajó allí en los último cinco años, aseguró que era una de las confiterías más lindas de la zona. “También su gente, clientela. En esa época estaba Fedra, Tijuana, Zoia, Alibaba y Origen. Esta última estaba pegada a la Municipalidad que todavía no estaba construida. En esa época era emblemática (la confitería) porque parecía un castillo. Tenía la fachada de madera”, describió, y agregó: “Café Victoria (Avenida Argentina y Carlos H. Rodríguez) vendría después que fue otra que se puso de moda. Esa propiedad era de la familia Pollina”.
“La gente se repartía en diferentes horas. La gente de media edad venía siempre en la semana. Había muchos universitarios, maestras, todo tipo de gente. Después los fines de semana se mezclaba un poco porque venía la juventud”, acotó.
“De lunes a viernes se abría a la 16 y se cerraba a las 4 de la madrugada. Los sábados y domingos se extendía hasta las 6 y un poco más. Los días de semana siempre esperábamos a la gente que venía del casino. Muy rara vez se cerraba antes de las cuatro. Neuquén en ese sentido tenía una vida nocturna que hoy no tiene. Vos llegabas a las cuatro y si querías cenar, cenabas. Ahora a las 12 de la noche te cierran las cocinas”, sostuvo Arturo.
La previa al boliche obligada
Frente a El Álamo, en diagonal, funcionaba el boliche Mirror, que junto a Zakoga en Cipolletti, también marcó a fuego al menos a dos generaciones de neuquinos.
“Era el boliche preferido de mucha gente que hacía las previa en El Álamo y después a la salida del baile veían a comer. El dueño de Mirror era el Pelado Saravia y el encargado era Jorgito Jiménez. En esa previa a vece se encontraban padre e hijo”, contó Arturo.
La confitería que era todo un boom tenía una sanguchería muy especial para lo que era ese período ochentoso. “Había una innovación de emparedados porque habían unos que se elaboraban con pan de miga arrollados y fueron una novedad. También había sándwich con ananá, palmitos, lo que se te ocurra. Estaban los Alamitos que eran de huevo y morrón, los de pavita, que iban arrollados. Era algo que no era habitual encontrar en otros lugares. Estaba Hottis que hacía unos sellados muy buenos”, destacó.
Otras de las novedades que tenía la carta era la picada de mariscos. “Era de 20 platos. No había ni papita, ni palitos. Eran platos elaborados y la gente consumía mucho la picada. Las preparaciones las hacía mi mamá y luego se las enseñó a las chicas de la cocina”, reveló.
El secreto de las hamburguesas, develado
Miles de neuquinos que recuerdan a El Álamo con mucho cariño no dejan de enaltecer sus hamburguesas. Inclusive, en las redes sociales ha sido tema de debate; hay una parte que menciona a El Caracol –San Martín a metros de Avenida Argentina- como el lugar que tuvo las mejores exquisiteces.
“Las hamburguesas eran un lujo y eran las más pedidas porque se hacían con un pan enorme. Nada que ver con los ‘alfajores’ que ahora te dan en McDonald's. La especial de jamón y queso más huevo era la que más salía”, afirmó Luis Montiel.
Si hay algo por lo que se destacaba era por su gusto: “La hamburguesa no llevaba cebolla y tenía que tener solo 10% de grasa. La carne se hacía moler una sola vez, no tenía dos o tres pasadas. No tenía ni pan rallado, ni huevo, ni ajo, perejil, nada de nada”, agregó Arturo.
Para aquellos que supieron probarla y hasta el día de hoy se preguntan qué llevaba en su preparación, Luis reveló la receta después de 47 años. “Se compraba pulpa. Y después en un bol se le ponía sal, pimienta, ralladura de nuez moscada y un poco de aceite. La receta era de la señora Beba”, explicó Montiel.
“Se vendían unas 1200 hamburguesas por fin de semana. El pan que llevaban era bien grande y de hecho Zoriquén nos hacia ese pan especialmente para nosotros. Generalmente acá en Neuquén se comían las paty y no había hamburguesas caseras”, comentó Arturo.
Y agregó: "Mi papá sabía cómo vender, pero la gran conocedora de gastronomía era mi mamá. Era la gran conocedora y estaba al frente de los lunch en las fiestas de 15, casamientos. Cuando Rafael Videla (ex presidente de facto) vino a la inauguración de Cerámica Neuquén el servicio lo hizo ella".
Café, scones y vasos tallados
Arturo, que hoy se dedica a la construcción en seco, aseguró que otro de los grandes aciertos fueron los scones. “Eran caseros y se servían con el café. El café era Cabrales y se traía de Mar del Plata porque en Neuquén todavía no había llegado su comercialización. Después la gente de Oyambre, que estaba en sus comienzos, nos hizo probar su café y la verdad que era muy bueno. La gente no lo notó cuando cambiamos la marca”, detalló.
En el edificio de Acipan se desarrollaban las reuniones de empresarios y comerciantes de la ciudad. Luis contó que eran los encargados de asistir a esa gente con el servicio de cafetería.
“Estaban todos los comerciantes de cada rubro, tenían una sala especial para la reuniones”, sostuvo. Y luego reveló un dato íntimo de algunas personas que componían el directorio de la organización. “Cuando bajaban a tomar algo (El Álamo estaba en la planta baja del edificio) cada uno ya tenía su vaso de whisky con su nombre tallado. Había 200 vasos porque había una gran variedad de importados. Cada cliente también tenía su vaso”, reveló.
Los whiskies que más se consumían eran el Nicholson, Grand Old Parr (botella corta), Ye Monks (en botella de cerámica), Johnnie Walker y Chivas Regal: “Había mucho whisky escoses e irlandés”, contó Arturo.
Dentro de la coctelería, otros tragos que salían en la década del ‘80 eran el Alexander (mezcla de diferentes bebidas entre ellas la ginebra, licor de cacao incoloro y nata), Old Fashioned (ralladura de naranja, Bourbon, Angostura, azúcar), Cosmopolitan (vodka vitron, cointreau, jugo de lima, jugo de arándano) y Piña Colada (ron, crema de coco y jugo de piña).
Anécdotas: un pedazo de historia
Anécdotas e historias debe haber muchas cuando se trata de lugares que marcaron una época. Entre ellas, Arturo recordó la de Picota Aguilar. "Era chofer de El Ñandú (empresa de colectivos urbano). Hace muchos años la calle Elordi era doble mano, entonces dependiendo de la cantidad de bocinas que tocaba se le preparaba la hamburguesa para llevar o para comer en el salón. Era muy cómico porque a veces los pasajeros le hacían el aguante mientras el comía. También a veces esperaba en la parada a la gente para que no llegara tarde al laburo. Su padre, Lito, inició la empresa contando solamente con dos unidades", recordó.
Lito fue uno de los impulsores del Boleto Estudiantil ya que, según dicen, no les cobraba a los estudiantes. El recorrido que hacía El Ñandú se extendía hasta el Barrio Gregorio Álvarez. Después llegó hasta las 1099 Viviendas y a la Godoy y la Rhode. Los tramos se iban agregando a medida ante el crecimiento en el oeste neuquino.
Un violento robo
En El Álamo Luis vivió un momento terrible ante un robo que sufrió mientras estaba trabajando. “Fue durante el primer paro que hacía la policía y nos asaltaron. Creo que fue en 1984. Ahora lo recuerdo con alegría porque estamos vivo”, confesó. Es que según reveló, uno de los asaltantes le gatilló dos veces pero las balas nunca salieron.
“Hicieron un raid porque primero pasaron por una estación de servicio de la calle Bahía Blanca, luego fueron a la farmacia Alpina, que quedaba frente al policlínico. Y después vinieron al negocio. Fue en el horario de la cena”, describió.
Quien se salvó de milagro fue una de sus compañeras de cocina, que fue alcanzada por un disparo. “Se asomó por la puerta de la cocina y una bala le rozó en un costado de la boca. Después un cliente recibió un disparo debajo del oído. Uno de los plomos (bala) fue encontrado en la cocina. Era una pistola calibre 22”, recordó, y acotó: "Pasaron algunos años y una vez me cruce con ese cliente y me contó que todavía llevaba el plomo debajo de la oreja”.
Montiel fue uno de los últimos mozos del lugar. Trabajó los últimos cinco años y El Álamo cerró en agosto de 1988. Tras su cierre, Humberto y su esposa se trasladaron a la localidad de Balcarce y pusieron un bazar. “Papá fue a ahí a buscar su juventud, a la gente conocida, y se dio cuenta que no quedaba nada. Eso le produjo un bajón anímico y regresaron a Mar del Plata", expresó Arturo. Al enviudar, Humberto volvió a Neuquén, en donde tiempo después falleció.
“Cuando Antonio Osés deja la presidencia de ACIPAN, las nuevas autoridades querían hacer modificaciones y tuvimos que dejar el salón”, agregó.
Después de El Álamo, el ex mozo prestó sus servicios en La Nona Francesca, en Patio del Alto, en Quijote (bowling sobre calle San Marín a metros de la Avenida Argentina), Donatto y El Ciervo, en donde estuvo durante 25 años. “Lo mío fue siempre el salón”, afirmó Montiel.
Luis, quien se jubiló de su oficio luego de más de cuatro décadas, continúa ejerciendo su profesión haciendo algunos trabajos extras. “La jubilación no es tan buena como esperábamos muchos de nosotros. Hago extras en la parrilla Rancho Grande de Plottier para ayudar un poco a la jubilación”, contó.
Una época dorada
Montiel, que tiene cuatro hijos (Pablo, Guillermo, Florencia y Vanesa) y vive en el barrio Gran Neuquén Sur, sostuvo que conoció mucha gente en El Álamo y que no “extraño” cuando dejó Buenos Aires. “Venían mucha gente, se llenaba y hasta esperaban afuera por una mesa. Me sirvió para despegar laboralmente y hacer gente amiga”, confesó.
Por su parte, Arturo concluyó: “En lo personal creo que vivimos una época dorada de Neuquén. En donde nos conocíamos todos. Si no eras amigos te habíamos visto en algún lugar o teníamos algunos amigos en común con otra persona. Había una linda vida social. Siempre tengo la nostalgia de poder abrir otra vez El Álamo. Pero creo que estamos a contrapelo, ya estamos grandes y también la situación económica es algo complejo. Pero siempre hay alguien que te dice que abramos. Creo que fuimos parte de una pequeña historia de Neuquén”.
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