Es neuquino, padece ELA y vive encerrado en su propio cuerpo. Cada partido es una catarata oculta de emociones. Ahora espera la final.
Solo parpadeos y una pequeña sonrisa que se estira con dificultad. Pulsaciones que se disparan a través de los monitores y un corazón que galopa desenfrenado. Silencios interiores profundos que contrastan con gritos y llantos ajenos.
Esas son las manifestaciones de Juan Pablo ante cada gol de la Selección, frente a cada gambeta endiablada de Messi o algún pique vertiginoso de Di María que tiene posibilidades de terminar en festejo. Sus emociones se perciben poco y nada porque todo -absolutamente todo- va por dentro.
La vida de Juan Pablo Uribe cambió drásticamente hace 11 años cuando le diagnosticaron Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), una enfermedad neurodegenerativa incurable con la tiene que convivir día a día y a la que le da pelea cada minuto que pasa.
Nació en Neuquén el 28 de noviembre de 1980. Hijo de una familia trabajadora de clase media, vivió una infancia y una juventud feliz en Plottier, ciudad donde sus padres compraron una casa y donde pasó buena parte de su vida.
Estudió, jugó al rugby (su gran pasión) luego se radicó en Valdivia (Chile) consiguió trabajo en una empresa forestal, se casó y tuvo una vida normal hasta que a los 30 años comenzó a sufrir una serie de problemas físicos que le impedían mover los músculos de su cuerpo. Nadie sabía de qué se trataba y a qué patología respondían todos esos síntomas que se manifestaban de manera cada vez más intensa, hasta que un médico de Santiago fue el que le dio la noticia después de varios estudios. Fue una piña al mentón, una sentencia que nunca hubiera imaginado: “La expectativa de vida de vida es entre tres y cinco años”, le dijeron.
Pero Juan Pablo decidió dar la pelea pese a todo, aun cuando su cuerpo dejó de responderle, perdió la posibilidad de hablar, de caminar y tuvo que aferrarse a una máquina para poder respirar. Con toda su fuerza interior superó lo que decían las estadísticas. Se convenció de que podía ser útil y dar amor, aunque estuviera encerrado en su propio cuerpo.
El contacto con especialistas de ELA Chile le permitió contar con la posibilidad de tener una mejor calidad de vida, pese a sus limitaciones. A través de esta organización se adquirió una computadora y un software especial para poder comunicarse y cumplir con algunas funciones clave para su vida y su desarrollo personal.
Una plaqueta que emite unos rayos infrarrojos hacen contacto con sus ojos, unos de los pocos órganos donde no llegó la enfermedad. Una vez que se establece esa mágica conexión, Juan Pablo “toma” el mouse de manera virtual y lo guía por la pantalla de la compu como si fuera su mano. Con este dispositivo, navega por Internet con la misma libertad que tenía hasta los 30 años. Ingresa a las páginas, mira las redes, lee las noticias, escribe y también trabaja porque es ingeniero en Mantención Mecánica y recientemente terminó la carrera de Especialista en Cyber Seguridad. Este último logro fue gracias a sus ojos que también los utiliza con parpadeos para decir “sí” y “no”.
Por estos días la vida de Juan Pablo se vio alterada como la de millones de argentinos por el avance de la selección en el Mundial de Qatar. Vivió la decepción del primer partido, sufrió hasta los últimos minutos los desenlaces dramáticos de los encuentros posteriores y se contagió con la locura y la euforia que tienen todos los hinchas ante la chance de ganar la tercera copa que ahora quedó ahí nomás.
En la habitación de su casa de Valdivia, antes de cada partido, coordina desde temprano con su equipo de kinesiólogos y enfermeros las tareas de rehabilitación rutinarias, luego prepara su computadora para conectarse a la transmisión televisiva y no se pierde ningún detalle de la previa. Pedro, su papá, asegura que se divierte muchísimo al ver las ocurrencias de los hinchas o los comentarios de los conductores frente a la algarabía desbordada o las situaciones desopilantes. Asegura que se ríe como loco aunque no se escuche. El solo hecho de estirar con esfuerzo la comisura de los labios es una carcajada o una gran manifestación de alegría. Lo confirma luego el propio Juan Pablo con sus mensajes.
Y después viene lo peor: el sufrimiento y los nervios cuando empieza el partido. Todas las emociones que se desencadenan de golpe, como en la semifinal contra Croacia que miró con un pequeño grupo de familiares.
“Le quedó a Enzo, pica Julián y va para Julián que está habilitado…! ¡Va Julián para el primero….! ¡Vamos Julián! ¡Juliaaaaaaaan……! ¡Penal! ¡Penal para la Argentina!”.
Las máquinas que monitorean a Juan Pablo marcan una estampida en las pulsaciones. Su ritmo cardíaco se aceleró de golpe, al mismo compás de la corrida de Julián. Su papá, su tío y su hijo gritan y quedan paralizados ante la posibilidad del primer gol.
Hay minutos que parecen eternos desde que se confirma la falta, Messi toma la pelota y el árbitro habla con el arquero. Pero después de tantos nervios llega la orden a través del silbato y la Pulga ejecuta el penal como los dioses: cruzado, arriba, inalcanzable. En la habitación todos se abrazan. Juan Pablo estira su boca con dificultad. Las pulsaciones están en lo más alto, pero luego empiezan a bajar.
Así el partido transcurre por caminos más tranquilos porque Argentina se muestra firme y juega bien y porque poco después llegará el gol de Julián con ese desenfado propio de los pibes y la fuerza que tienen las topadoras. Y en el final, Messi firmará una obra maestra luego del desborde por el lateral derecho, la calesita al defensor croata y el pase milimétrico para que la Araña vuelva a picar donde más duele.
El partido termina y la televisión muestra a los jugadores que se abrazan y lloran. Titulares y suplentes caminan después hasta uno de los arcos para celebrar con la hinchada.
“ Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar… Quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial ”.
En las tribunas solo se ven los colores celeste y blanco y el estadio se convierte en el escenario de una fiesta que nadie quiere que termine. La gente salta, baila, hace flamear las banderas, grita.
En la habitación de Juan Pablo se vive la misma felicidad. El padre, el tío y el hijo lo abrazan y lo besan, lo arengan, le dan fuerzas, aunque ya lo conocen. Entienden que detrás de ese rostro inexpresivo hubo una catarata incontrolable de emociones encerradas que nadie vio. Están contentos porque saben que, a su manera, Juan Pablo cantó como los hinchas más apasionados, bailó al ritmo de la alegría loca, se abrazó con todos los que pudo y hasta se trepó a lo más alto de un alambrado para expresar lo feliz que se sentía y gritar con todas sus fuerzas las ganas que todavía tiene de vivir.
Te puede interesar...
Lo más leído
Dejá tu comentario