El barrio de Neuquén capital está lleno de homenajes al sacerdote que luchó por mejorar la calidad de vida de los primeros habitantes de esa zona.
Cuando el padre Juan San Sebastián llegó al Parque Industrial, allá por la década del 80, el barrio era un páramo, un desierto y uno de los más pobres de Neuquén. Allí estaba todo por hacer y el cura (sin sacarse la sotana) se puso el overol. La comunidad lo siguió. Para muchos se convirtió en un amigo, en un hermano y en un guía. Hoy todos los vecinos que peinan canas tienen alguna anécdota o vivencia con él.
Por si no alcanzara el relato oral para mantener viva la memoria de esta leyenda que luchó por los más desprotegidos, el barrio está lleno de homenajes a su persona. Hay cooperativas de viviendas con su nombre, y en el Parque la Familia hay tótems que cuentan su vida de entrega al prójimo. Esta semana la Municipalidad de Neuquén anunció la pavimentación de 30 nuevas cuadras en el sector, incluida la calle que, como no podía ser de otra manera, lleva su nombre. Esta historia, que está guardada en la memoria de todos los que alguna vez vivieron en el Parque, ahora brota desde el asfalto.
Son cuadras de lo más simbólicas, porque llevan el nombre de alguien que hizo lo imposible por brindarles dignidad y calidad de vida a los habitantes de este barrio, y que bordean un parque de 850 metros lineales, una cancha de fútbol de césped sintético que se usa desde la mañana hasta la noche, y un polideportivo techado de 1.500 mts2, todas obras que la Municipalidad de Neuquén ejecutó en los últimos dos años. En poco tiempo el escenario cambió por completo, y aquel descampado por donde nadie quería pasar excepto el cura y un par de locos más, hoy es un lugar lleno de atractivos, lleno de deporte, vida sana, y de encuentro.
El sueño del padre Juan parece haberse cumplido: “él estaría muy feliz con todo esto que está pasando en el barrio”, dice Luisa Pueblas, una vecina que lo siguió desde la primera hora y hasta la última, y agrega “desde algún lado él seguramente lo está viendo”.
En su mente y en su corazón Luisa lleva intacto el recuerdo de aquellos tiempos en los que levantaron la capilla San Cayetano, en donde más de 60 familias pusieron el lomo, emparejaron el terreno y pegaron ladrillos “fue un trabajo durísimo, pero hermoso”, evoca Luisa, quien también recuerda como si fuera ayer los años previos a que el templo fuera construido: “Éramos la iglesia rodante, andábamos en el Citroën del cura, de acá para allá, cargando el santo, los manteles, los libros de canto. Hacíamos la misa en la meseta, en pleno campo”, recuerda con alegría Luisa, alguien que tranquilamente podría ser su biógrafa.
La biografía diría que el padre Juan San Sebastián nació en General Villegas, provincia de Buenos Aires, en el año 1928. Y que llegó a la región a principios de la década de 1960, después de un paso por Bahía y Blanca y por Fortín de Piedra, y por pedido expreso del obispo Jaime de Nevares, de quien fuera secretario canciller durante más de 30 años. Con un mismo compromiso por los Derechos Humanos y siempre juntos contra las injusticias, supo acompañar y secundar a Don Jaime en la defensa de los más desprotegidos: los pueblos originarios, la situación carcelaria, las personas migrantes y los trabajadores del Chocón. También fueron una contención importante para los familiares de los detenidos desaparecidos durante la última dictadura militar. “Él nos educó en el dar, en tener un corazón abierto para la gente”, dice Luisa y se emociona.
El padre Juan llegó al Parque Industrial en el año 1987. Apenas desembarcado comenzó a brindar misas en la escuela 154. Ahí ya estaba Luisa, a la que el padre formó como catequista.
Después de construir la capilla, no paró un segundo para conseguir otras cosas que el barrio necesitaba: escuela, radio, comedor comunitario y hasta un club deportivo, que se fundó con el nombre de San Cayetano. El padre Juan tenía el sueño de poder construir una pileta de natación para los niños, algo que finalmente no pudo materializarse. Pero hoy, a 20 años de su muerte, las infancias del Parque Industrial tienen, a partir de la construcción del SAF, un gimnasio techado para practicar deporte los días de bajas temperatura, vestuarios con agua caliente y sanitarios. En realidad son instalaciones que no sólo usan los chicos: Allí pasan 800 personas por día, jóvenes, adultos y adultos mayores, para practicar desde gimnasia acrobática hasta vóley, el deporte favorito del cura.
Los que lo conocieron bien dicen que a este cura amiguero y divertido era fácil encontrarlo en el río jugando al vóley o compartiendo un asado, y que también le gustaba mucho bailar y cantar. “Donde siempre ibas a encontrarlo era donde hubiese alguna persona que estuviese sufriendo, sea quien sea y donde sea, para compartir el dolor, pero sobre todo para para sembrar esperanza” asegura la semblanza “Juan: un hombre feliz”.
Los vecinos todavía recuerdan su tono de voz afónica y que andaba siempre bien vestido. No era tarea sencilla andar prolijo en aquel Parque Industrial de los 80, donde en la meseta lo menos que volaba era la tierra. Cristian Becerra llegó acá en el año 1983, con 10 años de edad, y con sólo tres familias instaladas en el sector. En los primeros tiempos en su casa no había luz, y se iluminaban con las farolas del alumbrado público. Aquel niño, que hoy tiene 53 años, tiene el recuerdo intacto de cómo era el barrio en aquel entonces, y lo contrasta con este presente de esplendor: “todo cambió muchísimo, para bien. La contención que hay ahora para los chicos es algo muy bueno, por más que antes se hacían cosas, como las que hacía el padre Juan, o mismo mi papá y mi mamá que enseñaban patín carrera sobre la calle 10”, evoca Cristian y agrega, “el Parque La Familia también está lleno de vecinos a tomar mate, a reírse a charlar. Y Ahora estamos muy entusiasmados con el asfalto, va a ser una vida diferente”.
El sacerdote murió a los 74 años, en el año 2003. Sus restos descansan en la capilla San Cayetano, que él mismo construyó. Al lado de su tumba brotó un árbol de membrillos y es de lo más alegórico: es como si siguiera irradiando vida después de la muerte.
Aunque sean tiempos de Google Maps, si alguien llegara a preguntarles dónde queda la calle Padre Juan San Sebastián, no sólo guíen a ese vecino o turista: cuéntele también la historia de este padre que dedicó su vida a la gente.
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