Se cumple el centenario del arribo de Catalina Comuzzi de Todero y su familia. La guerra los expulsó de Italia y la Patagonia les cambió la vida.
El 12 de febrero, se cumplen 100 años desde que Catalina Comuzzi, viuda de Todero, llegó a Neuquén desde Perteole. En su increíble historia de superación está la de muchas personas que llegaron hasta la Confluencia buscando un mejor destino y fueron parte de la construcción de los cimientos de la Capital.
Detrás de toda gran familia hay una historia de amor. La de Catalina Comuzzi y Massimino Giacomo Todero comienza en el 1900 en Perteole, un pueblo europeo que por entonces pertenecía al Imperio Austrohúngaro. De aquel matrimonio, nacieron 11 hijos, que desde pequeños aprendieron a trabajar la tierra junto a sus padres. Pero desatada la Primera Guerra Mundial, Massimino no tuvo otra opción que dejar a su familia y alistarse para combatir por su patria.
Finalizado el conflicto bélico, donde Massimino perdió la vida, Perteole pasó a ser tierra italiana. Los coletazos de la guerra se hacían sentir: el hambre y la tristeza eran muy difíciles de sortear. Por impulso de Ángelo, el hijo varón mayor de los Todero e invitados por el primer boticario en asentarse en Neuquén, Ferruccio Verzegnassi, que para entonces había hecho venir a otros coterráneos, la familia salió en busca de un nuevo y más amable destino rumbo a la Patagonia argentina. Tomaron un tren a hasta Trieste, luego un barco a Buenos Aires y desde allí otro tren al sur. Después de más de un mes de viaje, la familia Todero Comuzzi llegó a Neuquén.
“Aún en el pueblo recuerdan a la bisnonna de rodillas y llorando frente a la Iglesia, sabiendo que no volvería más a su lugar natal. O las valijas que llevaba la numerosa familia que partía desde el puerto, dejando atrás la guerra”, recuerda Héctor Carlos Todero, nieto de Ángelo, quien hace años se dedica a investigar, registrar y difundir la historia de su familia. “Es un deber para mí, un compromiso con la historia, con la familia, pero también lo disfruto. Mucho de esto lo aprendí de mi madre, que siempre estuvo atenta y que para integrarse a los Todero tuvo que aprender mucho de sus costumbres y tradiciones”, explica.
Lo cierto es que el 12 de febrero de 1924 por la noche, de vestido las mujeres, los más pequeños en pantalones cortos y los más grandes con la autoridad de los pantalones largos, los Todero llegaron para asentarse en la chacra de Verzegnassi en lo que hoy es el Barrio Jardín. Allí trabajaron con mucho esfuerzo la tierra, hasta que lograron comprarse su primera chacra. La bisnonna apenas volvió a hablar, sólo lo justo y necesario y en el dialecto de su tierra y jamás se volvió a casar.
Los Todero encontraron entre las costas del Neuquén y el Limay una tierra fértil para progresar, para volver a apostarle al amor y para echar raíces. Con los años, se fueron poniendo de pie y las chacras que compraron, dieron trabajo y alimentaron a generaciones. En los papeles y documento que Héctor recuperó con dedicación y prolijidad, aparecen los nombres de Nordetrom, Castro Rendon; en las fotos están sus antepasados arando la tierra, su bisnonna sentada frente al recién inaugurado puente carretero de Neuquén - Cipolletti. Y es que, trabajando, agradeciendo y honrando la tierra, esta familia supo sanar el dolor y poco a poco se fue haciendo parte ineludible de la historia neuquina.
En el marco de los 100 años de la llegada de los Todero, Héctor y otros primos y primas preparan varios homenajes. La reconocida artista neuquina Micsi Almendra, pintó un mural de la familia en un paredón de Jujuy al 900, donde se puede ver a Catalina Comuzzi recién llegada a Neuquén, rodeada de su numerosa familia.
Además, el lunes 12 se realizará una pequeña ceremonia en el cementerio local y desde donde se conectarán con algunos parientes europeos.
Por su parte, el Concejo Deliberante de Neuquén sancionó una ordenanza que designa con el nombre de “Catalina Comuzzi de Todero” al Espacio Verde ubicado en la esquina de Bussalino y Calfulcurá, reconociendo la historia de valentía y superación de quien tantos nietos, bisnietos y tataranietos le ha dado a esta tierra.
Para la siguiente semana, también organizan una gran juntada a la canasta de toda la descendencia, “porque ante todo”, dice Héctor entre risas: “hay que celebrar la vida y la familia”.
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