El viejo entramado comunitario se desarma. Centenario ya no es chacra ni pioneros. Es furúnculo urbano, donde el dinero y el olvido matan la historia.
Centenario ya no es lo que era. Y no hay que decirlo con nostalgia barata ni romanticismo de feria regional. La muerte de un vecino asesinado a golpes en una juntada con amigos en el Casco Viejo es el sinónimo de parte de la decadencia. Porque su historia, que podría ser una entre tantas, de una comunidad que se va deshilachando. No hay trama social ni redes de contención en esta ciudad que va perdiendo su identidad.
Esa ciudad de las chacras, de los pioneros, los criollos y originarios, alguna vez unidos por el trabajo rural, de las veredas compartidas y los saludos con nombre propio, está quedando atrás. En su lugar, crece un Centenario distinto. Más ruidoso. Más violenta, desigual y con un dejo de soledad que por momentos aterra.
Los pueblos de Vaca Muerta, esos que eran oasis de comunidad en medio del desierto, como lo fue San Patricio del Chañar y hasta la pastoril Añelo, están mutando. Los vecinos son perfectos anónimos y se desconfían entre sí.
Lo que antes era trama social donde cada uno tenía su lugar y trabajo, ahora es vacío. Lo que era cooperativa de trabajo, ahora es aguantadero en ruinas en el medio de la zona rural. Lo que era chacra con cultivos, ahora es loteo sin alma, donde los vecinos no duran ni tres años en cada sitio. Todo es movimiento sin comunidad. Donde había trabajo, hoy hay changas y trapitos. Donde había vecinos, ahora hay rejas. Y donde había futuro, ahora hay incertidumbre.
Porque no todo el desarrollo parece ser bueno. Hay un tipo de desarrollo que no construye, sino que arrasa. Y Centenario está ahí, en esa línea fina donde el progreso mal digerido empieza a parecerse a una enfermedad. Crece rápido, explota sin aviso y deja cicatrices profundas, en medio de barios sin infraestructura, poca contención y familias desarmadas.
Charcas olvidadas y petróleo sangriento
El petróleo, la especulación, la tierra convertida en negocio y la política de la foto fácil le están ganando al sentido de comunidad, a la pertenencia. A eso que hacía que el dolor de uno fuera el dolor de todos. Ahora, el dolor es un dato. O peor, una estadística que se olvida con el diario digital de mañana.
Revertir este proceso parece inevitable. Ni más policías en la calle pueden lograrlo, porque no es un tema de seguridad. Por el contrario, es un problema de un pueblo que está dejando de ser el que era, la pérdida de identidad alrededor del trabajo. ¿Algún político va a tener el coraje de revertir este proceso? ¿De ir contra la corriente de negocios disfrazados de inversión? ¿De decir que no a lo que destruye aunque prometa votos?
Centenario sangra y no por una pelea entre amigos, que perdieron el rumbo y el sentido. Sangra porque se está quedando sin alma. Y cuando un pueblo pierde su esencia, ya no queda nadie que lo salve. Ni siquiera los que se dicen que pueden representar al pueblo.
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