Petróleo sangriento: la trama del atroz crimen que perpetró el hijo de un pastor
Al técnico químico mendocino, Diego Becerra, lo asesinaron en forma truculenta y lo enterraron en Lindero Atravesado. Le querían robar la indemnización.
Diego Becerra tenía 28 años y se estaba por casar cuando le surgió la oportunidad de trabajar en una petrolera instalada en Neuquén.
El joven técnico químico que vivía en Malargüe, Mendoza, no dudó en armar las valijas para dar un salto en su carrera profesional.
A principios de 2007 desembarcó en Neuquén y alquiló un departamento en el barrio Don Bosco, sobre la calle Houssay.
A mediados de año, hubo un reajuste de personal en la petrolera y a Diego lo despidieron, por lo que cobró una indemnización de 20 mil pesos que depositó en una cuenta del Banco Nación de Malargüe.
A su novia le confió, entre risas y besos, que ese dinero lo utilizarían para pagar el casamiento y la luna de miel.
Todo, para Diego y su novia, era futuro. En el horizonte comenzaba a tomar forma la idea de familia que querían conformar.
Pese al despido, para Diego el presente también era prometedor. Un amigo de la familia le había pedido el currículum para que pudiera ingresar en otra petrolera, por eso se había quedado en Neuquén a la espera de que se concretara esa oportunidad.
La traición
En la petrolera en la que trabajaba, Diego Becerra conoció y trabó amistad con Lino “el Gordo” Rodríguez, que tenía 21 años y era hijo de un pastor evangélico.
Como todo recién llegado, Diego intentaba agradar y comenzar a relacionarse rápidamente para integrarse a la nueva comunidad tras el desarraigo de su tierra natal.
Pero el malargüino, ingenuo y confiado, típico de un joven de pueblo, tras el despido le contó al Gordo, en confianza, el monto que había recibido en carácter de indemnización. Ese fue su peor error.
El hijo del pastor no era ninguna ovejita. Era un joven impulsivo, codicioso y con una personalidad fuerte que se imponía ante sus amigos del barrio Unión de Mayo, en el oeste neuquino.
Las homilías y sermones de su padre pastor al Gordo le entraban por un oído y le salían por el otro.
Cuando Rodríguez escuchó la guita que había recibido Becerra, se le iluminaron los ojos y en su mente comenzó a tramar un plan para apropiarse de esos 20 mil pesos.
No obstante, como verán, el Gordo tenía recursos criminales tan precarios como extremos.
En busca de un cómplice
El Gordo Lino, como le decían en el barrio, no podía dormir desde que se enteró del dinero que había cobrado Becerra. Estaba agitado, inquieto, y ese desequilibrio provocó que fuera desprolijo en sus manejos.
Al primero que encaró fue al cuñado y le contó su plan. “Lo apretamos y canta, es un cagón”, le dijo Rodríguez a la pareja de su hermana, que se negó rotundamente a participar en un hecho delictivo.
El Gordo no aceptó la negativa porque, en su mente y solo en su mente, el golpe era sumamente sencillo: había que apretar al mendocino, sacarle la tarjeta de débito y retirar el dinero del cajero.
Lo intrigante es saber si el plan de Rodríguez contemplaba desde un primer momento asesinar a Becerra porque, de lo contrario, tras el robo, el mendocino lo iba a terminar denunciando.
En definitiva, la búsqueda de un cómplice continuó. Rodríguez le lanzó la propuesta a un amigo del barrio, Nicolás Saso, que tenía 18 años. La respuesta fue negativa, a tal punto que el joven anduvo durante un par de días esquivando a Rodríguez, para lo cual evitó ir a la plaza de Boca donde se juntaba la muchachada.
Finalmente, el Gordo logró reclutar a otro joven del barrio que tenía 17 años y desarrolló una participación activa en el hecho.
Por la ley 2302 del niño, niña y adolescente, el nombre del menor no puede difundirse; pese a eso, en aquellos años, la prensa no acusó recibo de ese detalle.
El peor Día de la Madre
Guadalupe González, mamá de Diego Becerra, dialogó esta semana con LM Neuquén y recordó, con mucho dolor, cómo se terminó enterando del destino final de su hijo.
“Diego me llamaba todos los días, pero el sábado no me llamó y el domingo, Día de la Madre, tampoco. Eso me preocupó mucho, por lo que llamé al celular y, como no me atendió, llamé a la señora que le alquilaba. Ella me dijo que fue al departamento pero no había nadie y tampoco estaba el Fiat Uno de Diego”, confió la mujer desde Malargüe.
A Guadalupe la desesperación le ganó de mano, su cuerpo se puso en alerta e intuyó lo tremendo del momento.
“Llamamos a la comisaría del barrio Don Bosco y esa noche salimos con mi esposo para Neuquén”, detalló.
La Policía junto con la dueña del departamento fueron hasta la vivienda y con una llave adicional ingresaron. “No se encontró nada irregular”, dejó detallado la Policía en su informe.
El lunes 23 de octubre, llegó Guadalupe a Neuquén y fue derecho a radicar la denuncia.
La causa recayó en el viejo Juzgado de Instrucción 2 a cargo de Juan José Gago, que junto con la fiscal Sandra González Taboada y la brigada de Seguridad Personal de la Policía comenzaron a trabajar de inmediato.
Lo primero que surgió fue el relato de una vecina que vio a Rodríguez y confió que frecuentaba bastante a Becerra. La mujer explicó que lo reconoció porque lo vio en la moto que usaba y tenía un casco con vivos rojo. Ese viernes, la testigo lo vio con un acompañante.
En paralelo, apareció el vehículo de Becerra. “El automóvil fue hallado en un canal subfluvial -en la zona limítrofe con Plottier- totalmente siniestrado, estaba encajado, quemado con un elemento inflamable, y la pericia de bomberos lo califico de intencional”, se detalló en la sentencia.
Los investigadores a esa altura ya tenían la punta del ovillo para tirar y un presagio que iba en consonancia con la desesperación de la mamá de Becerra.
Pesquisas clave
En 2007, todo el oeste neuquino, incluido Unión de Mayo, era una paleta de colores agrestes con calles de tierra que no ofrecían ni una sombra de reparo.
Los autos transitaban dejando una estela de polvo a su paso. Los días que pasaba el camión regador, no solo aplacaba la tierra sino también el humor de los vecinos.
En esos días, el movimiento de los investigadores en la barriada fue tan intenso que había tierra en suspensión.
Las averiguaciones fluyeron con el correr de las horas. Los viejos pesquisas, en aquellos años, pateaban la calle y tenían buches que les proveían datos clave. Hoy, con el imperio de la tecnología, existen otras estrategias investigativas.
Lo cierto es que a los pesquisas no les fue difícil reconstruir los vínculos de Rodríguez y sus andanzas de los últimos días.
Con una serie de domicilios marcados, la noche del martes 24 de octubre, Gago y Taboada se pusieron a la cabeza de una serie de allanamientos que arrojaron luz sobre la suerte corrida por el mendocino.
“Lo más desesperante fue el allanamiento en la casa de Rodríguez, cuyo papá es pastor. Estábamos afuera llamando, porque había rejas, y no nos atendían. Se veían las luces prendidas y el movimiento que había dentro de la casa. Pensamos que podrían estar destruyendo evidencias, por lo que Gago hizo un gesto con la cabeza y dos policías se treparon, cruzaron la reja y les pegaron el grito para que abrieran o les derribaban la puerta”, confió una fuente de la investigación a quien nunca le terminaron de cerrar las actitudes del pastor.
Pero eso no fue todo. En la casa de Nicolás Saso recuperaron la moto y el casco de Rodríguez. Ahora, se sumaban elementos y complicidades.
Luego, en la casa del adolescente, se produjo un develamiento trascendental. Cuando ingresó la Policía y le explicó al dueño de casa la situación, el hombre llamó a su hijo y se sentaron a charlar delante de uno de los policías que encabezaba el allanamiento.
“El pibe contó todo”, confió un viejo pesquisa, y eso dio pie a generar varias demoras de jóvenes que habían estado esa noche de viernes y madrugada de sábado con Lino Rodríguez.
El Tano y los quebrados
Como en una suerte de efecto dominó, los amigos y conocidos del Gordo Lino comenzaron a quebrarse, superados y atemorizados por los detalles del escabroso crimen.
Fue así que brindaron información clave que daba cuenta de que a Becerra lo habían matado y enterrado en la meseta camino al lago Mari Menuco.
Acá surge un detalle muy singular del caso que no está ni en la sentencia ni en el expediente porque se obtuvo por puro oficio y maña de los investigadores.
“Había uno de los demorados al que le decían el Tano, ese algo sabía. Si teníamos que salir a barrer la meseta para encontrar el cadáver de Becerra, podríamos haber pasado años buscando”, reveló la fuente consultada, que contó un detalle que trasciende por primera vez en 16 años.
¿Qué hicieron? “Aprovechamos esa madrugada de miércoles para decirle al Tano que podía elegir entre estar imputado por homicidio y terminar preso o ser testigo, siempre y cuando nos marcara el lugar donde habían dejado el cuerpo. El tipo no tardó en pedir ser testigo. Esa noche, se armó un operativo en un auto sin identificar y personal de civil para que nos llevara al lugar. Así fue como lo encontramos. Pero esto no se lo podíamos decir a los funcionarios judiciales, así que, al otro día, uno de los que fue con el Tano tenía que ser quien descubriera el cuerpo. Para esto, tuvimos que montar una búsqueda en Lindero Atravesado, camino al Mari Menuco. Después de una hora de rastrillaje, se escuchó el grito: ‘¡Acá! ¡Acá está!’”, develó la fuente.
Allí, en una fosa de poca profundidad, estaba el cuerpo del malargüino cubierto con tierra. “El día anterior hubo mucho viento y eso había dejado visible la rodilla”, confió otra fuente del caso.
Autopsia
El cuerpo estaba irreconocible; eso lo ratificaron pesquisas, peritos y hasta la fiscal del caso.
“Yo lo quise ver y la fiscal me recomendó que no lo hiciera y que guardara la imagen en vida de mi hijo. Después, en el juicio, escuché todo lo que le hicieron. ¡Fue terrible!”, resumió la madre de Becerra, que aún se estremece al recordarlo.
Por ese entonces estaba Carlos Losada a cargo del Cuerpo Médico Forense, un profesional determinante en muchos casos.
En el juicio, que se realizó en diciembre de 2011, Losada explicó lo que reveló el cadáver de Becerra en la mesa de autopsia.
“La muerte fue intencional y violenta. Los exámenes dan certeza de la identidad. El hallazgo del cadáver y las placas fotográficas muestran una fuerte agresión en el tórax, las marcas en el cuello de dos acciones de estrangulamiento. La inmovilización de pies y manos, los signos de resistencia en las piernas, así como también que lo rociaron con combustible”, detalló el forense.
Luego, explicó que “es probable que (los autores) no supieran que todavía estaba vivo cuando lo quemaron”.
Una última certeza que brindó Losada en su testimonio fue que “Becerra luchó para evitar su muerte”.
Esa imagen fracturó a toda la familia del joven mendocino que estaba en la sala de juicio.
Así lo mataron
Tras reunir los distintos elementos de prueba, los informes forenses y testimoniales, la fiscalía elaboró una teoría del caso que tiene que ver con el accionar criminal y la mecánica de muerte que padeció el técnico químico mendocino.
Como dijimos, el plan de Rodríguez era absurdamente sencillo, pero se ejecutó con una violencia desmesurada e innecesaria.
El adolescente que acompañó al Gordo Lino en ningún momento se quedó aturdido o paralizado ante los hechos que describiremos, incluso participó activamente.
El Gordo y su cómplice llegaron a las 19 del viernes 20 de octubre al departamento de Becerra, que tenía el Fiat Uno estacionado en la puerta.
El malargüino hizo pasar a Rodríguez y al adolescente que iba con él. Nada le hizo suponer a la víctima lo que le esperaba. Estaban charlando en forma relajada cuando el Gordo se paró, rodeó al mendocino y le hizo una llave a la altura del cuello con el brazo izquierdo. Ahí Rodríguez le exigió el dinero de la indemnización o la tarjeta de débito para ir a retirarlo.
Ahogado y resistiendo, el joven le explicó que no tenía ni el dinero ni la tarjeta. Rodríguez no le creyó y Becerra entendió que en esa pelea iba su vida.
En medio del forcejeo, la víctima logró manotear un cuchillo y le provocó un corte en el rostro a Rodríguez. Esa lesión fue certificada tras la detención.
Cuando la riña se desmadró, entró en acción el adolescente, que se encargó de desarmar al malargüino.
El estrangulamiento provocó que Becerra se desvaneciera y cuando cayó al suelo, casi inconsciente, se encargaron de atarle, con alambre de cobre, los pies y las manos por la espalda. Luego lo envolvieron en una manta y lo cargaron en la parte de atrás del Fiat Uno.
El adolescente se llevó la moto del Gordo y quedaron en juntarse en la plaza de Boca.
Rodríguez fue a buscar a Saso a su casa y le dijo que subiera al auto porque lo necesitaba. El tono y la mirada del Gordo Lino eran casi una orden.
Saso no se negó a subir, pero tampoco se bajó cuando descubrió el cuerpo en el piso de la parte de atrás del auto.
La moto de Rodríguez la guardaron en la casa de Saso porque vivía a una cuadra de la plaza de Boca.
Los siguientes pasos fueron rastros que fue dejando Rodríguez, propio de su precaria conciencia forense.
El Gordo pasó por la casa de un amigo y le pidió un bidón para cargar combustible. Después fue a visitar a otro amigo al que le pidió prestada una pala. De ahí encaró, junto con Saso y el adolescente, por la Ruta 7 con destino a Lindero Atravesado, zona que conocía por su trabajo en el petróleo.
Al llegar a un lugar donde la maleza estaba alta, estacionaron, cavaron una fosa y bajaron a Becerra todavía desvanecido, al que Rodríguez volvió a estrangular, pero esta vez lo hizo con un cable. Cuando intuyó que el mendocino había muerto, lo tiró dentro de la fosa.
Del Fiat Uno chuparon nafta para llenar el bidón y así fue como rociaron el cuerpo. Becerra agonizaba cuando lo prendieron fuego. Esa práctica la hizo Rodríguez con la finalidad de eliminar todo tipo de evidencias.
Una vez que se extinguieron las llamas, lo cubrieron con tierra y dejaron la pala tirada en el lugar.
Posteriormente, retornaron a Neuquén. Saso pasó a buscar la moto y siguió a Rodríguez, que se fue hasta la zona limítrofe entre Neuquén y Plottier, donde arrojó el Fiat Uno de Becerra a un canal de riego, lo roció con combustible por dentro y lo quemó. La intención era descartar el vehículo y eliminar pruebas. No obstante, Rodríguez sacó el estéreo del auto y se lo vendió a un vecino del barrio en 400 pesos. Como dije, sembró rastros por todos lados.
Después, se fue con Saso en la moto hasta la casa de unos amigos a comer un asado. El trajín y la adrenalina al Gordo Lino le habían abierto el apetito. Macabro.
Todos los que compartieron al menos un rato con Rodríguez declararon en su contra por temor a terminar implicados en el salvaje crimen.
Los condenados
Tanto Rodríguez como Saso llegaron a juicio en diciembre de 2011. Las pruebas en su contra eran contundentes y así también lo entendió el tribunal de la Cámara del Crimen integrado por Mario Rodríguez Gómez, Luis María Fernández y Carlos Manuel Sierra.
El 11 diciembre de 2011, a cuatro años del crimen, Lino Rodríguez habló en la sala de juicio y declaró: "No sé por qué motivo se me culpa, no tenía motivos ni necesidad de cometer esa locura".
La familia de la víctima estalló y, si no hubiera sido por la Policía, todo podría haber terminado a los golpes.
Pero al Gordo todos le soltaron la mano. Saso, advirtiendo que lo estaba arrastrando a la cárcel, brindó todos los detalles de cómo Rodríguez pergeñó el robo que terminó en un brutal homicidio.
Los jueces condenaron a Lino Rodríguez por el delito de homicidio en ocasión de robo (crimis causae) agravado por alevosía y robo simple. La pena impuesta fue de prisión perpetua y, por el tipo de delito cometido, según la modificación del artículo 56 bis de la ley 24660 de ejecución de la pena, no puede aspirar a salir en libertad condicional.
Los abogados de Rodríguez han planteado la impugnación del 56 bis, pero la jueza de ejecución Raquel Gass, el tribunal de Revisión, el de Impugnación y finalmente la Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia se lo rechazaron.
Por ese motivo, presentaron un recurso extraordinario federal para que la Corte Suprema Justicia de la Nación se expida. Nadie cree que la Corte vaya en contra de lo resuelto por la Justicia neuquina.
Lo cierto es que recién el 24 de octubre de 2042, Lino “el Gordo” Rodríguez podrá volver a las calles en libertad.
En cuanto a Nicolás Saso, el tribunal entendió que fue partícipe secundario del atroz homicidio del joven mendocino, por lo que le dictaron una condena de 15 años de prisión.
El 3 de abril de 2017, Saso accedió a la libertad condicional con todos los informes criminológicos favorables. Finalmente, el 23 de octubre de 2022 agotó su condena.
El adolescente que zafó
El tercer implicado en el crimen de Diego Becerra fue el adolescente de 17 años que tuvo una participación activa.
Recién en agosto de 2011, cuando el joven ya tenía 21 años, la Justicia Penal del Niño y el Adolescente lo encontró responsable del delito de homicidio doblemente calificado por alevosía y criminis causa, en calidad de partícipe necesario.
El sistema, en este caso, prevé que el joven atraviese una instancia de tratamiento a lo largo de un año y, si arroja resultado negativo, se procede a imponerle una pena.
“Nunca recibió tratamiento y quedó olvidado. Recién en 2015 volvió a ser contactado por la Justicia”, confió un funcionario judicial del caso.
Habían pasado ocho años del crimen, el joven ya había rehecho su vida, tenía un hijo, trabajo y no había vuelto a delinquir. En abril de 2015, finalmente fue absuelto.
A la familia de Becerra, más que la decisión de la jueza, le molestó el accionar del abogado querellante porque no les avisó a tiempo de la audiencia. “Encima nos cobró una fortuna y nosotros no somos personas de dinero. Se portó mal con nosotros”, confió Guadalupe, que reveló que la única foto que le quedó de su hijo es la que está en la tumba y que el Día de la Madre es una fecha dolorosísima.
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