El clima en Neuquén

icon
14° Temp
82% Hum
La Mañana Hermanos

A 40 del caso Schoklender: el parricidio que estremeció al país

El 30 de mayo de 1981, los hermanos Pablo y Sergio mataron a sus padres y emprendieron un escape de película.

El frío de la barra de hierro macizo pegando de lleno en el cráneo de la mujer sólo trajo más frío, el que llegó con la muerte violenta, improvisadamente premeditada, en la madrugada del 30 de mayo de 1981. Pablo Schoklender, con la fuerza de sus 20 años cumplidos el 6 de febrero anterior y la ira que le proporcionaba el quiebre emocional al que lo habían llevado años de vejámenes sufridos a instancias de esa mujer, su madre, que ahora estaba nocaut y con la cabeza partida, no llegó a darle otro golpe. Posiblemente no hiciera falta, aunque menos por la necesidad que por el deseo de ser parte y elaborar su propio dictamen de justicia, su hermano Sergio, con una mancuerna de acero, volvió a golpear a Cristina Silva, quien terminó de caer sobre el parqué del living, que empezó a regarse de sangre.

El edificio de la calle 3 de Febrero al 1400, en el porteño barrio de Belgrano, permanecía callado. Eran las 3 de la madrugada y el silencio apenas se quebraba con los últimos gemidos de la mujer de 49 años, quien terminó de ser asfixiada por sus hijos, que le pusieron una camisa en la cara antes de envolvérsela con toallas y cubrirla con una bolsa de residuos. Sergio y Pablo cuchicheaban. En una de las habitaciones dormía Ana Valeria, la hermana más chica, que tenía 19 recién cumplidos, mientras los varones mayores deliberaban sobre dar o no el siguiente paso: ir al cuarto matrimonial y acabar con la vida de Mauricio Schoklender, de 55 años. Y se decidieron. Le dieron varios golpes llenos de odio y violencia, aunque con más culpa y menos sed de venganza que los aplicados un rato antes sobre su madre. Para rematarlo, pasaron una cuerda alrededor de su cuello, ataron los extremos a la barra de hierro que Sergio comenzó a girar haciendo un torniquete que ahorcó y mató a su padre. Todavía no eran las cinco de la mañana y el parricidio más famoso de la Argentina acababa de ser consumado.

Aquel 30 de mayo, día del cumpleaños 23 de Sergio, todavía no había amanecido cuando los hermanos habían ido hasta la cochera del edificio donde estaban estacionados los dos autos de la familia. Uno de ellos, un Dodge Polara, cuyo baúl era enorme, fue el elegido para meter los dos cuerpos. No sin esfuerzo, los bajaron hasta el subsuelo, como también algunas valijas: el objetivo era simular que sus padres se habían ido unos días de vacaciones.

Mauricio-Shoklender-y-Cristina-Silva.jpg
Mauricio y Silvia Schoklender.

Mauricio y Silvia Schoklender.

Las cosas no estaban nada bien en el matrimonio Schoklender, virtualmente separado y en una tensa convivencia. La imagen pública, de familia de clase media alta, intachables por donde se los mirara, era pura fachada. Hacía poco más de una década que habían dejado la ciudad bonaerense de Tandil, donde habían nacido sus tres hijos, para instalarse en la Capital Federal. Mauricio Schoklender, ingeniero de profesión, dejó su puesto en Metalúrgica Tandil SA para incorporarse al Grupo Pittsburgh, con empresas de capitales alemanes. Ahí trepó hasta el cargo de presidente de una de las firmas (Lametal SA) que conformaban el conglomerado, aunque no pudo disfrutar de ese puesto al que fue ascendido el 29 de mayo, un día antes de que sus hijos lo mataran a golpes mientras dormía. Dos semanas antes, Pablo Schoklender intentó prender fuego el departamento del cuarto piso donde vivían, iniciando el fuego en la habitación de sus padres, hecho que detonó el abandono del hogar del joven considerado por su papá como un “desequilibrado”. Los bomberos apagaron el fuego pero el resentimiento del hijo permaneció vivo. Se fue a un hotel, atormentado por sus fantasmas que incluían, según reveló en su libro “Yo, Pablo”, los abusos sexuales que había sufrido desde los 12 años por parte de su madre.

La noche del 29 de mayo encontró a la familia -sin Pablo- celebrando en un restaurante de la Costanera Norte porteña, en donde además del nuevo cargo de Mauricio esperaron a la medianoche para cantarle el feliz cumpleaños a Sergio. El brindis y las copas bebidas durante la cena, pusieron en estado de embriaguez a Cristina Silva. No era inhabitual en ella pasar parte de sus días en ese estado… Mientras la madrugada apuraba la vuelta al departamento, Pablo se había metido en el edificio de la calle 3 de Febrero y escondido dentro del placard de la habitación de su hermano, a esperar el regreso del resto, a esperar el momento de la matanza.

Convencidos de que habían acabado con la injusticia y que los demonios con los que convivían estaban inertes y desfigurados en el baúl del Polara, salieron del garaje. El cumpleañero Sergio, al volante; Pablo, al lado, como acompañante. El sol otoñal se asomaba pero no alcanzaba a vencer a esos cuatro ojos cansados pero bien abiertos producto de la tensión. Se cruzaron con el portero, a quien le resultó sospechosa la actitud de los hermanos aunque no por eso supuso que unas horas antes habían asesinado a sus padres y limpiado cuidadosamente toda la escena del crimen. Llevaron el auto para la zona de Recoleta, frente al Parque Las Heras, donde lo estacionaron sobre la avenida Coronel Díaz, entre Pacheco de Melo y Peña, una de las zonas más adineradas de la Ciudad de Buenos Aires.

Sergio-Schoklender-detenido-en-1981.jpg
Sergio Schoklender.

Sergio Schoklender.

Los hermanos habían pensado en dejar correr un poco el tiempo antes de ir a buscar el coche y deshacerse de los cadáveres de sus padres, pero hubo un hecho que cambió el curso de lo que habían imaginado: unos minutos antes del mediodía, unos niños que jugaban en el parque notaron que del baúl del vehículo estacionado sobre Coronel Díaz salía un líquido rojo. Llamaron a sus padres que al observar la escena se comunicaron de inmediato con la Comisaría 21ª de la Policía Federal Argentina. No necesitaron ser peritos para darse de cuenta que ese líquido rojo era sangre.

Pasaron varias horas desde el hallazgo de los chicos hasta que efectivos de la policía se acercaron y confirmaron las sospechas. Acordonaron la zona, llamaron a los bomberos, pero no pudieron abrir el baúl hasta que, alrededor de las 19, con la ayuda de un explosivo, lograron violentar la cerradura y se encontraron con los dos cuerpos con sus pijamas puestos, envueltos en sábanas y toallas manchadas de sangre. Todavía no se hablaba de un parricidio e identificarlos no fue sencillo, pero no faltaban muchas horas para que el crimen del matrimonio Schoklender tuviera como responsables a Sergio y Pablo. La menor de los descendientes de Mauricio y Cristina, Ana Valeria, quedó rápidamente fuera de toda sospecha y el paso del tiempo y algunos sutiles cambios en su identidad la hicieron invisible a los medios de comunicación y a esta historia que está cumpliendo cuatro décadas.

Un llamado desde la Comisaría volvió a poner en tensión a los parricidas. La policía, que tenía en su poder el auto y los cadáveres, los convocaba pero ellos nunca fueron. Los efectivos presumieron que la situación era dramática y dolorosa para Sergio y Pablo; una presunción lógica y acertada, aunque no del modo en que creyeron en un principio. Los jóvenes Schoklender tomaron el dinero de sus padres y un monto en dólares que Sergio consiguió engañando a un ejecutivo de la empresa en la que él también trabajaba -junto a su padre- y empezaron la aventura del escape. A las pocas horas, la investigación ya los apuntaba como los principales sospechosos y sus fotos comenzaron a circular por los diarios y la TV. Toda la policía del país los buscaba e Interpol estaba atenta del otro lado de las fronteras.

Sergio-Schoklender-y-Hebe.jpg
Sergio y Hebe.

Sergio y Hebe.

Pensaron en Uruguay, pero no tenían forma de evitar los controles migratorios si partían en avión, incluso alquilando un taxi aéreo. Lo intentaron en la ciudad de Mar del Plata, adonde viajaron -por separado- al día siguiente. Primero fue Sergio, después fue Pablo. Fantasearon toda una historia que los ubicaba con el apellido Fogel como dueños de una firma que necesitaba publicidad. Quisieron contratar a una agencia de publicidad, promoviendo la organización de una cena show y un viaje a Punta del Este con cuatro modelos. Nada de esto ocurrió, sí la huida. O, al menos, el intento. Volvieron a separarse, cada uno apostó su ficha y ambos perdieron. Sergio compró un caballo y tomó rumbo norte con la idea de hacer una larga travesía: cruzar a Bolivia. Pero duró apenas unas horas: en la localidad de Cobo, a unos 20 kilómetros de Mar del Plata, en lo que era su primera noche, bebió de más, habló de más y terminó encerrado a las trompadas por el encargado de la cantina El Viejo Almacén y su dueño, quienes llamaron a la policía. Aun así, el mayor de los Schoklender escapó corriendo, dejando al caballo y arrastrando un cansancio que lo llevó a hacer dedo en la ruta 2 siendo “levantado” por un patrullero de la Bonaerense, que lo llevó preso. Pablo llegó más lejos. Viajó en micro a Rosario, después a Tucumán y pretendía –también a caballo- seguir hasta la frontera boliviana. Pero fue capturado antes de convertirse en fugitivo internacional.

En sus declaraciones, Sergio dijo y se desdijo varias veces; y en el juicio, el abogado de ambos abonó a una estrategia que los hermanos habían pensado: vincular a los servicios secretos del Estado -el doble crimen fue en tiempos de dictadura militar- y culparlos de haber matado a su madre y a su padre por el trabajo que éste tenía y estaba vinculado al tráfico de armas. Pero nada de esto fue tomado en cuenta en el juicio, que igualmente tuvo un giro curioso: aceptando una de sus confesiones, la Justicia en primera instancia encontró a Sergio único culpable de los crímenes y lo condenó a cadena perpetua, absolviendo a Pablo, que aprovechando el “favor” judicial se fue del país. Pero un año después, la Cámara Nacional de Apelaciones revisó el fallo y lo revocó, condenándolo también a perpetua y ordenando su urgente detención. Era abril de 1986 y el menor de los hermanos estaba inubicable. Sobre él pesaba una orden de captura nacional e internacional que recién se hizo efectiva ocho años más tarde, en 1994, cuando fue hallado, con otra identidad, otro semblante y otro pasaporte, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Se llamaba Jorge Velásquez, pero sus huellas digitales seguían siendo las de Pablo Schoklender. Fue protagonista de una estafa con cheques voladores y cayó.

Pablo-Schoklender-actual2.jpg
Pablo Schoklender.

Pablo Schoklender.

Desde 1981 Sergio Schoklender -actualmente radicado en la provincia de Santa Fe- estuvo preso por matar a sus padres hasta 1995, cuando cumplió los dos tercios de su condena y su buena conducta lo llevó a la libertad condicional. En esos 14 años, se recibió de abogado y de psicólogo, y fomentó el ingreso de la universidad en las cárceles. Cuando él salió, su hermano hacía un año que estaba adentro y recién tuvo sus primeras “excarcelaciones” a partir de 2001, bajo el régimen de “salidas laborales”. Para entonces, Sergio ya había trabado una estrecha relación con la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, a quien comenzó a acompañar a todos lados y se convirtió en apoderado legal de la asociación.

Con los años, Pablo -que hoy vive en Paraguay- también se sumó a ese núcleo y al tiempo los hermanos Schoklender volvieron a ser noticia judicial pero ya no por los asesinatos de Mauricio y Cristina, sino por estafa. Con la “marca” de las Madres de Plaza de Mayo, organizaron un negocio de construcción de viviendas sociales. El programa se llamaba “Sueños Compartidos” y el proceso, cuya acusación es por desvío de fondos públicos, aguarda la confirmación de una fecha de inicio de un juicio oral que volverá a poner ante un Tribunal a los hermanos Schoklender, a los protagonistas del caso que, hace cuatro décadas, marcó para siempre a la sociedad.

Te puede interesar...

Lo más leído

Leé más

Noticias relacionadas

Dejá tu comentario