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La Mañana historias neuquinas

Así enfrentó las peores epidemias Neuquén a lo largo de toda su historia

Gripe, sarampión, escarlatina, difteria y viruela, las más letales en épocas de poca infraestructura y medios para combatirlas.

Por Mario Cippitelli - [email protected]

Aislamiento social, enfermedades que no tenían vacunas y diezmaban a la población, falta de infraestructura hospitalaria para atender epidemias. El cuadro de situación podría aplicarse a los tiempos que corren hoy con la pandemia del coronavirus, pero este tipo de escenarios se vivieron varias veces en la provincia de Neuquén a lo largo de su corta historia.

Desde los comienzos del territorio, luego de la denominada Conquista del Desierto, hubo numerosos momentos dramáticos que pusieron en vilo a las autoridades de la época, que en la mayoría de las veces no encontraron más que resignación frente a los estragos que causaban las enfermedades.

Los registros más antiguos datan de 1895, ocho años después de que Chos Malal se convirtiera en la capital de Neuquén. Una epidemia de gripe (o influenza, como también se la denominaba) puso en jaque a las autoridades de entonces.

Mario De Legar, médico y químico de la gobernación, tuvo que ocuparse de las medidas preventivas en el verano de ese año, anticipándose a los casos de gripe que llegarían con el frío. Por ello, le envió una carta a Estanislao Maldones, secretario de la gobernación, solicitándole “alojamiento confortable” para atender a los pacientes y un enfermero que “sepa leer y cuidar de las indicaciones facultativas.” Ese pedido no fue tenido en cuenta y cuando se expandió la epidemia, la situación se desbordó.

Los casos comenzaron a multiplicarse en toda la zona norte. Hubo muertos y personas de todas las edades que requirieron asistencia médica inmediata. Pero ante la falta de vacunas, medicamentos eficaces e infraestructura sanitaria, el panorama se complicó.

En aquella época, cada vez que se desataba una epidemia, los enfermos eran alojados en el Departamento de Policía, edificio que no reunía las mínimas condiciones sanitarias para atender la emergencia.

En una nueva nota fechada el 3 de mayo de 1895, el médico denunció ante al jefe de Policía, Nicolás Menendes, la grave situación que atravesaba ante la falta de infraestructura adecuada para atender el brote.

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“En este momento, tengo dos enfermos que reposan en el suelo, atacados del aparato respiratorio. En esta situación no es posible una mediana asistencia y, sin embargo, he hecho hasta la fecha todo lo que humanamente es posible en favor de mis pobres enfermos”, relató De Legar en un documento que muchos años después trajeron a la luz el profesor Carlos Lator y otros investigador en el libro Historia de la primera capital del Neuquén, desde sus orígenes hasta los años 70.

Durante ese período de gobierno, ante la ausencia de un sistema de salud capaz de atender las emergencias, las medidas de prevención en la población se constituyeron en la herramienta más eficaz para frenar el avance de las enfermedades.

Varios médicos higienistas tuvieron el importante trabajo de educar a la población sobre una serie de comportamientos que serían claves para mantener la salud colectiva. Casa por casa, les hablaban a los pobladores sobre higiene, alimentación y hasta sexualidad, teniendo en cuenta que las enfermedades de transmisión sexual también causaban estragos en las poblaciones (recién comenzarían a tener una cura con la llegada de la penicilina a mediados de la década del 40).

Otras enfermedades como la viruela también tenían una alta tasa de mortalidad en la población (40 por ciento de los afectados), aunque en este caso sí existía una vacuna. Por eso, en 1900 hubo una fuerte presencia del Estado para lograr una vacunación masiva en todo el país. En Chos Malal se cumplió el plan dispuesto por el gobierno nacional y se dictaron duras medidas para que toda la población recibiera la dosis correspondiente. En las escuelas se pedía el certificado de vacuna a los alumnos y la Policía era la encargada de que la iniciativa se cumpliera. Quienes no hicieran caso recibirían una multa equivalente a cinco sueldos de un empleado de botica.

Sin embargo, otras epidemias no tenían una forma de control a través de los medicamentos. La difteria y el sarampión fueron ejemplos de esto, y atacaban con fuerza y letalidad a miles de chicos de distintos puntos del territorio neuquino, sin que hubiera una medida eficaz para evitar la tragedia.

Durante décadas, el territorio neuquino sufrió varias epidemias que sembraron angustia y muerte entre la población. Recién a partir de la década del 70, con el plan provincial de salud que puso en marcha el gobierno, comenzaron las campañas de vacunación y prevención que mejoraron los niveles de mortalidad infantil y la calidad de vida de la población.

-> La capital, con un brote de escarlatina en 1908

POR GUILLERMO ELIA - [email protected]

En medio de la pandemia del coronavirus (CODIV-19) que acecha al mundo entero y que día a día crece de manera exponencial, recuperamos en una compilación de los copiadores (actas) del Honorable Concejo Deliberante de Neuquén, que rescata la primera década de la ciudad (1904-1914), el primer brote epidémico que se produjo: fue por la escarlatina y ocurrió en 1908.

El brote afectó al 5% de la población, más de 40 habitantes de los 800 que había en ese entonces, por lo que se ordenó el aislamiento de los enfermos en lazaretos con custodio policial. Además, se realizó una íntegra desinfección de todas las viviendas de la ciudad. La epidemia se extendió a lo largo de dos meses y se cobró la vida de dos niños. El presidente de la comisión municipal terminó dimitiendo al cargo por el estrés que le generó la peste.

Acababa de despuntar 1908, la provincia era gobernada en forma interina por Emilio Rodríguez Iturbide y la comisión municipal presidida por Abel Chaneton. Fue en esos primeros días del año, que se disparaba una alerta sanitaria que tuvo en vilo a toda la población hasta fines de marzo.

La epidemia fue principalmente de escarlatina, aunque se admitió en el informe oficial que hubo algunos casos de tifus y coqueluche que afectaron a más de 40 personas.

El 6 de febrero de 1908, con la epidemia encaminada, Chaneton se dirigió al médico de la gobernación, Julio Pelagatti, en estos términos: “Esta comisión está dispuesta a ser asesorada por usted y hacer todo cuanto sea posible para evitar las enfermedades y dictar todas aquellas medidas de higiene suficientes para ello”.

Tal fue la preocupación, que el gobernador interino dispuso a Pelagatti para que trabajara codo a codo con la comisión municipal.

Lo primero que advirtió el médico a Chaneton fue la falta de medicamentos, por lo que el 11 de febrero enviaron un telegrama en carácter de “urgente-recomendado” al presidente del Concejo Nacional de Higiene de la Nación.

“La comisión municipal que presido ha resuelto dirigirse a usted solicitando telegráficamente, dadas las urgencias del caso y por consejo del médico de la gobernación, el envío a la brevedad de 12 frascos de suero antidiftérico de mil quinientos miligramos y 2000 unidades de inmunización respectivamente por la gravedad de la situación sanitaria de la población”, rezaba el extenso telegrama donde además se pedía una estufa de desinfección o un pulverizador.

Si cabían dudas del riesgo que había en la población, el presidente de la comisión de la ciudad iba a dejarlo en claro en la petición que hizo a la Nación, en la que requirió: “Se declare seriamente comprometida la salud pública neuquina con casos de escarlatina, fiebre tifus y coqueluche”.

Al cumplirse una semana de la intervención oficial del médico de la gobernación y el pedido elevado a la Nación, Pelagatti detectó más personas afectadas y se le informó a Rodríguez de que la “escarlatina ya se ha asentado en esta población con carácter endémico”.

Esta situación obligó a tomar medidas extremas. Chaneton le explicó al gobernador que el facultativo aconsejó medidas de profilaxis urgentes, “para evitar la propagación de la epidemia”.

En ese entonces la situación apremiaba, y tanto Rodríguez como Chaneton sabían que debían actuar rápido ya que la epidemia estaba creciendo y, para una población que rondaba los 800 habitantes, la cantidad de afectados hacía prever un crítico escenario a futuro.

Para evitar cualquier tipo de propagación de la enfermedad, la Policía dispuso custodia en los lazaretos donde solo podía ingresar personal autorizado, ninguno de los afectados podía recibir visita de sus familiares.

La endemia fue tan importante que obligó a la apertura de otro lazareto más. Uno fue identificado como “sucio” y el otro como “limpio”.

Con los enfermos aislados, el municipio emprendió la desinfección general de la población, principalmente en aquellas viviendas donde estuvieron los afectados. El tratamiento empleado por Pelagatti fue exitoso y el 24 de marzo de 1908 se anunció oficialmente: “Ha desaparecido la infección, por lo que se procede a la clausura de ambos lazaretos”.

El balance final que entregó el médico a Chaneton y que este hizo llegar al gobernador detallaba: “De los 30 individuos aislados entre ambas casas, lazareto sucio y limpio, y de los 11 enfermos graves, han fallecido dos niños de corta edad. Uno es hijo del sargento de policía Ricardo Guzmán y el otro de Bernardo Sandón, vecino de Estación Limay”.

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