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El buzo que conoce las profundidades del corazón de Moquehue

Sebastián Peri es una de las personas que más conoce el lago neuquino. Hace 19 años, creó Patagonia Diving para compartir con otros la experiencia increíble de bucear en el lugar que le cambió la vida.

Un espejo de cielo y bosque sobre el agua cristalina. El último rincón de los pehuenes. Un pueblo de frontera que un día tuvo un aserradero. Un refugio del mundo. Un fragmento de poesía de Berbel. Moquehue es los ojos que lo miran. Para Sebastián Peri, buzo, emprendedor, tercera generación de familia neuquina, zapalino y moquehuino por adopción, siempre fue un desafío. Calma y turbulencia, amparo y contradicción: un hogar.

Hay dos cosas fundacionales que Sebastián aprendió en Moquehue, que sellaron entre él y el Lago una identidad: a dar sus primeros pasos cuando era un bebé y a bucear cuando no encontraba un camino en la superficie.

Para muchas familias zapalinas, Villa Pehuenia Moquehue siempre fue el lugar de veraneo, aún antes que se constituyera como municipio y uno de los destinos más visitados de la provincia. Era ir al Lago. En el año 77, el papá de Sebastián empezó a construir una cabaña sencilla, de madera, para que pudieran instalarse allí de diciembre a febrero. Por entonces, Moquehue se reinventaba, luego del impacto que significó el cierre de los aserraderos, el gran motor económico de la zona, en resguardo del bosque nativo.

­—Buceando, a veces te encontrás con troncos inmnesos de araucarias que quedaron de esa época. Hay una historia bajo el agua.

Desde que Sebastián nació, entrada la década del 80, el lago se volvió su entorno cotidiano y si bien siempre tuvo veranos felices, cuando fue creciendo dejó de ver todo con la fascinación de un niño, muy parecida a aquella con la que miran las personas que vienen de paseo. Había naturalizado tanto la belleza que ese lugar ya había dejado de conmoverlo

—¿Por qué otros podían enamorarse de este lugar y yo no? Hay mucha romantización de este lugar, cosas que no son, nadie sabe lo hostil que es el invierno y lo difícil de la soledad. Me daba mucha bronca, me ponía triste que no me pasara.

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Sin embargo, ayudó a su papá con el proyecto turístico de construir alguna otra cabaña para alquilar. Mientras tanto, se fue a Buenos Aires, trabajó de todo lo que pudo, salió a viajar por varios lugares y en una suerte de añoranza, empezó a reaparecer en él una convicción que había olvidado: “No hay provincia más increíble que Neuquén. Acá tenemos todo”, dice.

Cuando tenía 23 años, en uno de sus viajes al Lago, se fue hasta Pehuenia a dedo para cargar un bidón de 20 litros con el que abastecían el grupo electrógeno, porque entonces la luz duraba un ratito. Encontró un cartel pegado en la estación de servicios que decía: “Buceo. Aprovechá y disfrutá de una actividad diferente”. Esto debe ser un verso, pensó, dice que entonces estaba lleno de prejuicios. El cartel lo había pegado la instructora Marcela Boladeres, su primera gran maestra de buceo. Y unos días después, hacía su primera inmersión de bautismo frente a la playa donde había aprendido a caminar.

Bajo el agua, Sebastián pudo ver con claridad que bucear era lo que quería hacer el resto de su vida. Y aunque había estado largo tiempo en Palma de Mallorca, uno de los más increíbles lugares del mundo para bucear, el destino lo había llevado a hacerlo en su propia casa.

—Moque me permitió encontrarme en lo profundo, me adoptó.

Se dedicó a instruirse, a capacitarse, no sólo por placer, sino para aprender a compartir con otros esa experiencia. Unos años después, decidió mudarse a Moquehue, y apenas un tiempo después, creó Patagonia Diving, su empresa, pero sobre todo el gran proyecto al que abraza su vida.

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Por qué bucear en Moquehue

En el Moquehue no hay peces exóticos, ni paredes de coral, ni sirenitas. En cambio, hay una porción inmensa de agua pura y cristalina, que permite hacer un buceo seguro en una suerte de gran piscina natural y conocer desde otra perspectiva ese pequeño milagro cordillerano.

—A mí no me gusta vender humo, inventarle a las personas que vienen a hacer la experiencia cosas que no van a ver. Sí contarles las posibilidades que ofrece el lago, el potencial de la experiencia. La transparencia del agua es única. Acá vas a encontrar los peces de la zona: las percas suelen ser más curiosas y las truchas son más tímidas.

Además de la delicadeza del entorno, hace algunos años atrás, Peri junto al grupo de artistas neuquinos Inminente, sumergieron una escultura impresionante que llamaron Proyecto Gárgola y que permite disfrutar de los matices de una obra subacuática que se va transformando a la vista de manera permanente por los tonos agua y los reflejos del sol.

Quizá bucear en Moquehue no se trate de obnubilarse de desmesura, sino poder apreciar el brillo de lo sencillo y lo finito.

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Algo bueno para compartir

Bucear para Sebastián es meditar, es encontrarse a solas con su silencio en una inmensidad avasallante y al mismo tiempo amable. Bucear es la necesidad de compartir la belleza. Bucear es su forma de mantenerse aferrado a la humanidad.

Sebastián es instructor nacional e internacional de buceo deportivo; buzo profesional de tercera categoría PNA e instructor ERDI de seguridad Pública, entre otras especializaciones que fue adquiriendo con los años. Cuando comenzó con Patagonia Diving en 2006, lo hizo con la firme convicción de que lo bueno se comparte.

Al principio, un vecino, Mariano Sancho, le prestó su equipo para que él pudiera darle inicio a su proyecto. En las primeras inmersiones compartidas, él bajaba con el traje de Mariano y su cliente o invitado, con su traje. “En esa época era todo muy nuevo, no tenía dinero para comprar los plomos del traje de Mariano, así que usaba piedras”, recuerda entre risas. “Para mí esto es mucho más que un proyecto comercial, esto es lo que me apasiona, lo que más disfruto”.

Hace algunos años, Sebastián invitó a Diego Riquelme, un pibe de la zona, bailarín, albañil, músico popular, que tenía una gran corazonada con el lago, a hacer su primera inmersión. Hoy Diego es instructor de buceo en Colombia y en el verano vuelve al lugar que lo vio crecer para sumarse al equipo de trabajo.

—Es una historia muy significativa, porque no sólo me veo reflejado en el entusiasmo y en la pasión de Diego. Sino porque es eso lo que le dio vida a este proyecto, el poder brindar lo que a uno le apasiona. No soy de las personas que se guardan el conocimiento por miedos absurdos. Siempre intenté poder transmitir lo que a mí me hace feliz.

Hoy Patagonia Diving no sólo está equipada con todo lo necesario para que bucear en Moquehue sea un momento genial para cualquier persona mayor de 10 años con o sin experiencia previa, sino que cuenta con un nutrido grupo de trabajo para que 6 visitantes puedan sumergirse en simultáneo; un espacio totalmente nuevo, donde se realizan las primeras instrucciones, se ajustan y aprenden a usar los equipos, donde hay cambiadores y duchas de agua tibia por si a alguien le da frío al salir del lago y además cuenta con una vista extraordinaria de ese inmenso espejo de agua.

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Un lugar de película

Además de Patagonia Diving, Sebastián terminó de darle forma al proyecto que había empezado su padre allá por el 96. En realidad, siempre lo está continuando. Durante años, trabajó a pulmón para poder construir y sostener el complejo de cabañas Aymara. Hace algunos años, también abrió un pequeño bar playero sólo para los huéspedes, los buceadores y los amigos.

Hacia finales de la pandemia, Sebastián alojó en Aymara a todo el equipo de producción de Los caminos abandonados, la última película del prolífero director neuquino Miguel Zeballos, que está próxima a estrenarse y que fue 100% rodada en Moquehue durante el invierno. Todo se conjugó: una suerte de patriada onírica de Zeballos, un gran desafío para Sebastián que durante más de un mes volvió su casa un set de filmación, una historia profunda que encendió a todo el pueblo, pero sobre todo, la posibilidad de mostrarle el corazón de Moquehue al mundo.

Abundancia. Sebastián repite la palabra una y otra vez, con seguridad, con gratitud, con certeza. Quizá ninguna otra haga tanta justicia a ese lugar que, más allá de los movimientos y los proyectos, permite establecer una intimidad con el lago mientras cae la tarde y el cielo se llena de estrellas, la misma que disfrutó desde pequeño. Quizá por eso es que junto a Flor, su pareja, decidieron traer al mundo a Mila, una niña pequeña y risueña, como un duende, que corretea por todos lados mientras su papá trabaja y donde inevitablemente Sebastián se ve. El resto es trabajo, perseverancia y amor por la profundidad.

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