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Incendio en Valle Magdalena: cómo se vive en el centro de evacuados de Junín de los Andes

Hay 24 personas alojadas en una escuela primaria. Cómo es por dentro y cómo asisten a los damnificados ante la incertidumbre por el avance de las llamas.

Sopla viento sur y eso, en Junín de los Andes, es una buena noticia. Un cielo del más puro azul recibe a los recién llegados como ocultando una realidad distinta que se vive a apenas 60 kilómetros de distancia, donde un incendio forestal sin precedentes carcome más de 15.200 hectáreas de bosques nativos en el Valle Magdalena.

Los pobladores de Junín están siempre atentos a la dirección del viento. Y más ahora: desde hace 12 días, una ráfaga del norte o del oeste puede cambiar de forma abrupta el paisaje para llenar el horizonte de un humo blanco y espeso que sólo trae malos presagios. Por el momento, la localidad cordillerana no se vio afectada por el fuego, y atraviesa la emergencia ígnea con un letargo que contradice los mensajes más alarmistas.

En la esquina de Perito Moreno y Gregorio Álvarez funciona la escuela primaria 187, un centro educativo que se convirtió, desde el último viernes, en un centro de evacuados para las personas afectadas por el incendio forestal. Desde la construcción de piedra laja se oye una conversación risueña que rompe el silencio de la tarde: un grupo de mujeres que lavan los platos hacen señas para indicar dónde está la puerta de acceso, en el C.E.F anexo a la institución.

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Y en ese lugar, sobre el cemento alisado pintado de azul, y entre los aros de básquet y los arcos de handball, cuatro decenas de catres metálicos reposan alineados y cubiertos de impolutas lonas color verde militar. Aunque la escena se asemeja a la de esos centros de evacuación que se ven en las películas, lo cierto es que, hasta ahora, son sólo un recurso de emergencia que todavía no se usó.

Los evacuados y su nueva normalidad

En la escuela 187 hay un total de 24 personas evacuadas, que vienen de 9 familias de la comunidad mapuche Chiquillihuín. Los pobladores de ese paraje, que viven de la artesanía y la cría de animales al pie del imponente volcán Lanín, tuvieron que evacuar sus viviendas cuando el humo espeso del incendio empezó a enrojecerles los ojos y picarles en la garganta.

Hoy, se separan en 9 aulas -una por familia- para dormir en un sitio seguro. El resto del tiempo, se organizan para comer juntos con asistencia de la Municipalidad y el gobierno provincial, o se entretienen con sus propios quehaceres: los niños dibujan y juegan a la pelota, mientras que las mujeres se sientan en las gradas de la cancha de básquet para tejer muy juntas con sus ovillos y sus dos agujas.

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Carolina Lino, subsecretaria de Familia de la Municipalidad de Junín de los Andes, explica que buscan generar un ambiente relajado y ausente de dramatismo. "Tuvimos que rechazar donaciones, porque viene mucha gente a querer ayudar, y hasta ahora sólo pedimos cosas puntuales que sabemos que necesitan", dijo y agregó: "Hasta nos propusieron venir a hacer shows para entretenerlos, pero no queremos marcarles una agenda; a veces sólo quieren relajarse y conversar".

Los 24 evacuados en la escuela se suman a más de un centenar de personas que se autoevacuaron en casas de sus familiares en Junín de los Andes. En total, la comunidad mapuche suma unos 500 habitantes. ¿Qué pasó con los demás? Muchos no quisieron irse, o sólo enviaron a la ciudad a las mujeres y los niños, mientras que los hombres se quedaron cuidando su casa, sus animales o sus pertenencias, como asumiendo el rol de capitanes de un barco que naufragó.

"El primer día sí fue más triste", admitió Lino sobre el viernes 7 de febrero, cuando se organizó la evacuación y los vio llegar al gimnasio sólo con lo puesto, atravesados por la incertidumbre de dejar todas sus pertenencias atrás. "Se fueron sin saber cuándo van a volver ni con qué se van a encontrar al regresar", explicó.

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Los niños, que se adentraron en el CEF con los ojos bien abiertos frente a un escenario desconocido, hoy se adaptan a una nueva normalidad. Un bebé de 10 meses se arrastra a bordo de un andador con forma de locomotora, mientras dos niñas juegan alrededor de los arcos con una pelota hecha con hexágonos de colores, ante la atenta mirada de tres mujeres, que tejen a dos agujas sin mirar su labor pero sin que se les caiga un solo punto.

Lo que dejaron atrás al dejar el paraje

Las familias abarcan un amplio espectro de edades, desde bebés hasta ancianos de edad avanzada. "Muchos toman medicación y los asisten desde el hospital", dijo la funcionaria y agregó que hoy, todo el personal de salud está trabajando en el campamento de Mamuil Malal, cerca del foco de incendio, para atender a los brigadistas que llegan extenuados de su lucha cuerpo a cuerpo contra las llamas. "Sí les damos contención psicosocial, pero acá no hay ningún caso de gravedad", explicó.

Por eso, buscó desmitificar el alarmismo que se generó en torno al centro de evacuados. Las 24 personas alojadas en el lugar llevan una vida tan autónoma como la que tenían en su paraje, aunque piden volver a Chiquillihuín día por medio para ver cómo están sus casas y los animales que, en muchos casos, son su única fuente de sustento.

Evacuados en Junin de los Andes- Subsecretaria de Familia de Junín de los Andes

Rogelio, de 66 años, desanduvo este domingo los 60 kilómetros que separan la escuela de su casa. Quería ver, sobre todo, cómo estaba la vaca lechera que compraron con un crédito de la Secretaría de Producción de la provincia y que ahora está preñada. "Tenía 49 chivas que perdí en el otoño, en la última nevada, y tuve que empezar de nuevo", dijo, como si renacer de las cenizas fuera ya una costumbre adquirida.

El viernes, cuando durmieron por primera vez en la escuela, llevaban consigo los documentos, alguna pastilla y algún otro elemento de valor. Y nada más: toda su vida material se había quedado allí, a los pies del volcán y a merced de un incendio que avanzaba a toda velocidad. Por eso, algunos quisieron quedarse y, los que se fueron, ahora quieren volver al menos a vigilar.

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Desde el Ministerio de Trabajo les ofrecieron colchones, sábanas y almohadas nuevas para el albergue improvisado. También una tarjeta de débito para que se compren ropa interior y los elementos más básicos en un supermercado del centro. Y en esta nueva realidad, trajeron consigo las costumbres del campo: se despiertan a las 5 de la mañana, antes del alba, y 10 minutos después ya están en la cocina de la escuela, preparando el termo compartido, un mate dulce y otro amargo.

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En apenas cuatro días de alojamiento en el centro de evacuados, recibieron la visita del gobernador Rolando Figueroa, de sus ministros y del intendente de Junín de los Andes, Luis Mudueña, que les trajo a los más chicos camisetas de Boca para inclinar la hinchada para su propio equipo. También hicieron un bingo, con premios que incluían mates, agendas y perfuminas. "Queríamos darles algo que tuviera utilidad", aclaró Lino.

En las visitas, no tardan en demostrar su gratitud ante tantas atenciones. Y se molestan ante los comentarios que circulan por el pueblo, que afirman que pasan hambre o no les dan contención. "Nos recibieron muy bien, nos prepararon pizza, estofado, tallarines", explicó Rogelio, que salía de la escuela con una bolsa de ropa para llevar al lavadero.

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Pese a la curiosidad que despertó el hecho en el pueblo, desde la Municipalidad buscan resguardar la intimidad de los evacuados. "No es un museo para que vengan a ver cómo viven", dijo Lino, que agregó que sólo piden ayudas concretas, como una bañadera de bebé, cuando hay una necesidad puntual. "Primero queremos construir el vínculo y ver qué les hace falta, no es donar por donar", aclaró.

Y aunque sus necesidades básicas están cubiertas, ninguna comodidad les borra el dolor de saber de la amenaza que se cierne sobre sus casas y los campos donde hacen las veranadas. Rogelio piensa en el humo que inhala a diario su vaca lechera, con la que planeaba producir leche y quesos la próxima primavera. Pero le duele más ver las lengas, las cañas coihues y las araucarias milenarias reducidas a cenizas.

Esos árboles son mucho más que paisaje privilegiado para impulsar la actividad turística. Son los piñones que los alimentan, la madera de sus artesanías y también son sus "rehues": esos altares sagrados del pueblo mapuche, que hoy crujen relamidos por el fuego en medio de una cerrazón de humo imparable.

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