Con el paso del tiempo se consolidó un consenso que funciona como referencia para muchas familias, pero existe un debate sobre dos fechas.
El arbolito de Navidad ocupa un lugar central en las celebraciones de fin de año en la Argentina. Para muchos hogares, su armado marca de manera concreta el inicio de un período especial, asociado al encuentro familiar, los rituales compartidos y una atmósfera distinta en la vida cotidiana.
La costumbre indica que se lo arma el 8 de diciembre, en coincidencia con el Día de la Inmaculada Concepción, y permanece decorado durante varias semanas. Sin embargo, una vez superadas la Nochebuena, la Navidad y el Año Nuevo, surge una pregunta recurrente: cuál es el momento adecuado para desarmarlo.
No existe una norma rígida que obligue a retirar el árbol en una fecha exacta. La decisión combina tradición religiosa, hábitos culturales y preferencias personales. Aun así, con el paso del tiempo se consolidó un consenso que funciona como referencia para muchas familias y que está directamente vinculado con el cierre simbólico del ciclo navideño.
El 6 de enero y el final del tiempo navideño
Para una parte importante de la sociedad, el arbolito se desarma después del 6 de enero. Esa fecha coincide con la celebración de la Epifanía, que recuerda la visita de los Reyes Magos al Niño Jesús.
Según el relato cristiano, Melchor, Gaspar y Baltasar llegaron guiados por la estrella de Belén y ofrecieron oro, incienso y mirra como reconocimiento de su carácter sagrado.
En la práctica cotidiana, el 6 de enero también conserva un fuerte componente infantil. Es el día en que los chicos reciben los regalos atribuidos a los Reyes, lo que convierte a la jornada en el último gran hito de las Fiestas. Por ese motivo, muchas familias consideran que el sentido simbólico de la Navidad se completa recién después de esa fecha.
Desarmar el arbolito en las horas posteriores al Día de Reyes se interpreta como una forma de cerrar el ciclo festivo de manera ordenada. El gesto marca el regreso progresivo a la rutina, con el fin de las reuniones extendidas, los brindis nocturnos y la decoración característica de diciembre.
La opción del 8 de enero y la lógica del calendario
Existe otra práctica bastante difundida que propone guardar el árbol el 8 de enero, exactamente un mes después de su armado. Esta alternativa mantiene una lógica temporal clara y resulta funcional para quienes prefieren establecer una simetría en el calendario.
Esta elección no contradice la tradición religiosa y convive sin conflicto con la referencia del Día de Reyes. Para algunas familias, extender la presencia del arbolito unos días más permite prolongar el clima festivo en un momento del año que suele estar atravesado por el inicio de vacaciones, balances personales y cambios de ritmo.
La decisión, en estos casos, suele responder a cuestiones prácticas: tiempos disponibles, organización del hogar o simple preferencia estética. No son pocos los que disfrutan del arbolito como elemento decorativo más allá de las fechas estrictas.
El significado del arbolito más allá de la fecha
Más allá del día elegido para desarmarlo, el arbolito cumple un rol central durante todo el período de fiestas. Es el punto de reunión para el brindis de Año Nuevo, el lugar donde se acomodan los regalos de Papá Noel y, en muchos hogares, comparte protagonismo con el pesebre. Su presencia funciona como un símbolo visual que ordena el tiempo festivo y le da unidad a las celebraciones.
La permanencia del árbol hasta Reyes está directamente asociada al sentido religioso de la Epifanía. El reconocimiento del Niño Jesús por parte de los Reyes Magos simboliza la revelación divina y, desde esa perspectiva, marca el verdadero cierre de la Navidad. Desarmar el arbolito antes de esa fecha puede resultar, para algunas personas, un corte prematuro del relato tradicional.
Al mismo tiempo, la vida contemporánea resignifica estas costumbres. Hay quienes eligen guardar el árbol apenas comienza enero y otros que lo mantienen algunos días más sin mayor justificación que el disfrute personal. En ese equilibrio entre tradición y elección individual se define, cada año, el destino del arbolito navideño.
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