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La Mañana genocida

La valiente historia de la hija de un genocida que fue expulsada de su familia

Muchos años después de la dictadura militar, Analía comenzó a cuestionar el mandato impuesto dentro de su círculo íntimo. Su padre le hizo un juicio.

En el Día de la Memoria, en conmemoración a las víctimas de la última Dictadura Cívico Militar en Argentina, Analía, la hija del genocida Eduardo Kalinec, cuenta su valiente historia, que entre otras cosas encierra rebeldía y un juicio contra su propio padre.

En una entrevista con TN Analía comieza contanto que, cuando su padre llegaba a su casa y se convertía en un padre al que sus hijas recibían con abrazos y besos. Comisario de la Policía Federal, era un hombre respetado dentro de su círculo íntimo y querido en su familia. Pero fuera de casa, cuando se ponía el uniforme y se ubicaba entre barrotes y picanas, se volvía un monstruo al que muchos conocían como el temido “Doctor K”.

Kalinec participó activamente durante la última dictadura cívico militar. Fue responsable de incontables secuestros, torturas y asesinatos, y finalmente, en 2010, fue sentenciado a cadena perpetua por el Tribunal Oral Federal N° 2 de Buenos Aires, en el juicio oral por delitos de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio del Circuito ABO (Atlético, Banco y Olimpo).

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Analía Kalinec junto a su padre genocida.

Analía Kalinec junto a su padre genocida.

Kalinec también era padre de otras de dos chicas que lo admiraban y respetaban. Que cuando quedó detenido le siguieron creyendo y que no aceptaron la “desobediencia” de su hermana.

En el nombre del padre

Analía nació en el año 1979, la vida de Analía estaba envuelta en un ambiente cálido. “No recuerdo situaciones violentas, ni maltratos, era un padre muy presente, había una mirada fuerte de la figura paterna en ese momento en casa”, recordó.

Analía recuerda que su padre imponía obediencia, como su formación dentro de las fuerzas de seguridad se lo habían indicado. “Cuando yo iba a la escuela no existía el 24 de marzo como efeméride. Tenía una total ignorancia, nunca había vinculado esos hechos con mi papá”, precisó.

El año en que la vida de Analía cambió para siempre

La vida familiar marchaba en orden. Analía nunca tuvo presente los crímenes cometidos en la dictadura, los asesinatos, las torturas o el robo de bebés. Ella llevaba una vida linda, con una buena presencia de sus seres queridos.

La familia Kalinec.jpg
La familia Kalinec.

La familia Kalinec.

Sin embargo, todo dio un giro inesperado en 2005, cuando su respetado papá cayó preso. “Fuimos al penal de Marcos Paz con mi mamá y mis hermanas. Ahí, con todos llorando, él nos dijo que no teníamos que creer nada, que era todo mentira, que había un gobierno de zurdos revanchistas que estaban en el poder y estaban haciendo todo eso”, recordó.

“Yo tomé todo el discurso porque estaba muy lejos de pensar distinto. En mi casa era Dios padre todopoderoso y al lado mi papá, una relación de papá muy amada y muy temida”, reconoció.

Eso fue lo que durante los primeros años de cárcel del genocida operó muy fuerte en la familia. Llegar a visitarlo era no preguntar ni cuestionar nada. “Es todo mentira, se va a solucionar”, les decía a sus hijas el temido “Doctor K”.

La hija desobediente

En paralelo, los medios hablaban cada vez más de las atrocidades cometidas en dictadura. Y sumado a ello, reaparecieron los testimonios de los sobrevivientes. “Ahí se empieza a gestionar un quiebre, una ruptura familiar, la desobediencia”, destacó Analía.

Analía Kalinec.
Analía Junto a Teresa Laborde, víctima del terrorismo de estado, hizo una presentación teatral.

Analía Junto a Teresa Laborde, víctima del terrorismo de estado, hizo una presentación teatral.

Fue entonces cuando la expulsaron de la familia: “La última conversación que tuve con él fue cuando se eleva a juicio oral la causa. Accedí a los documentos y leí los testimonios. Ese domingo fui a verlo sin saber que era la última vez. Le pregunté, necesitando las respuestas. Le dije que había testigos y se puso muy nervioso. La conversación se dio por primera vez en torno a esos temas. ‘Vos no habías nacido, esto fue una guerra, había que obtener información de las bombas que ponían los subversivos’, me contestó”.

Ahí comenzaron los cuestionamientos. “Le dije que torturar estaba mal, pero mi mamá cambió de tema. Cuando volví a mi casa me sentí bien de poder enfrentarlo, pero al otro día llegó el reproche de mi mamá que me preguntaba a qué venían los cuestionamientos y me decía que la única opción era apoyarlo”, detalló.

Sin embargo, Analía no se calló. Fue entonces cuando la familia le quitó la autorización para poder visitar a su padre en la cárcel, dejó de ser convocada a las reuniones familiares y a eso se le sumaron enojos y amenazas.

Su rebeldía, asegura, tiene mucho que ver el hecho de haber cursado sus estudios en una universidad pública, a diferencia de sus hermanas, que estudiaron dentro de la Policía Federal. “Ahí, el haber recorrido otro camino, hizo que me encuentre con otro marco. En el jardín de mis hijos, uno de los compañeritos tenía a su tío desaparecido. Eran cuestiones que a mis hermanas no le pasaban”, explicó.

El Juicio por “indigna” de su padre genocida

Con el tiempo, Ana pudo retomar la relación con su mamá, pero no así con sus hermanas menores. Sin embargo, volvió a cruzarse con ellas en 2013, durante los últimos años de vida de su madre, quien atravesaba una enfermedad.

En 2016 la mujer murió y ese fue el pie inicial para que ella comience a contar su historia y dé testimonio sobre lo que es ser hija de un genocida. Incluso, se sumó la agrupación “Historias Desobedientes” que está integrada por hijos de militares que formaron parte de la dictadura.

Y así su testimonio fue también una manera de luchar. Hasta que tiempo más tarde llegó una noticia que la tomó por sorpresa: su padre le había iniciado un juicio. En su reclamo, el genocida le pedía a la Justicia que su hija no pudiera acceder a la herencia de su mujer por “indignidad”, pedido que sus hermanas menores acompañaron.

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Analía en su lucha junto a Norita Cortiñas.

Analía en su lucha junto a Norita Cortiñas.

“En 2019 tuvimos una conciliación obligatoria, lo vi cara a cara y se cayó lo poco que quedaba de padre. Ese fue el último contacto con él. En el juicio finalmente se declaró que no se admitía la demanda”, explicó.

Sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos por su padre, Analía lamenta que nunca se haya arrepentido. “Esto me convoca a seguir exigiéndole. Su falta de arrepentimiento duele y el saber que conserva información sensible de los detenidos que pasaron por el circuito donde él estaba”.

“Hoy tiene 73 años y tiene buena memoria, en ese silencio sigue guardando información”, insistió.

Con los años, Ana se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo, donde fue asistida y acompañada por referentes de la agrupación. “Si bien nunca tuve dudas sobre mi identidad, había una cuestión de saber quién es mi papá y quién soy yo. Más allá de la historia personal, me ha ayudado mucho encontrarme con otros. Por ejemplo, cuando di testimonio en un libro, me contactó Paolo, que tiene a su mamá desaparecida en los circuitos que estaba mi papá”, detalló la mujer.

“La semana pasada también me habló el nieto de un genocida. Escuchar la palabra de un pibe de 22 años que se encontró con el silencio familiar, con lo no dicho, con que en la casa lo tienen como un prócer al abuelo y que hoy empieza a tener conciencia, se empieza a hacer a estos cuestionamientos. Encontró en Historias Desobedientes un lugar de alivio, una compañía para familiares”, agregó.

A diferencia de Mariana, la hija del genocida Miguel Etchecolatz, Analía decidió conservar su apellido, aunque con otro significado. “Cuando escuché su testimonio dije ‘listo, me cambio el apellido’, pero lo hablé con mi psicóloga y ahí apareció la idea de que por más que lo cambie, sigue siendo mi papá y no me cambia mi historia, entonces, me quedo con entender que es mi papá, que yo soy su hija y desde este lugar me posiciono por la memoria, la verdad y la justicia”, sostuvo.

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