A 10 años de la muerte de Ernesto Sabato, la voz de la conciencia argentina
Presidió la CoNaDeP y fue clave para develar los horrores de la última dictadura. Con solo tres novelas publicadas, se convirtió en uno de los referentes de la literatura hispanoamericana. Falleció hace una década, a los 99 años. Su vida y obra.
La casi centenaria vida de Ernesto Sabato atravesó el siglo XX casi en su totalidad y, remitiendo a la fábula de Pinocho, fue una suerte de Pepito Grillo nacional, la voz de la conciencia. Considerado uno de los mejores escritores de la literatura de habla hispana, fue traducido a decenas de idiomas, aunque su producción literaria fue mucho más precisa que abundante: sólo publicó tres novelas. Las tres, a su manera y en su punto, hicieron historia y le merecieron honores. Aunque pocos, seguramente, como aquel de ser señalado como la voz de la conciencia (argentina), mérito que lo llevó renunciar a varios trabajos y cargos por no callar sus desacuerdos. Y que, con el regreso de la democracia, con apenas cinco días de gobierno de Raúl Alfonsín, le significó el honor de presidir nada menos que la CoNaDeP: Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas.
Y no sólo que, en este caso, no tuvo desacuerdos ni renunció, sino que trabajó de manera infatigable junto a muchos colaboradores con el objetivo de investigar y recibir denuncias acerca de la desaparición forzada de personas durante la dictadura militar que había comenzado en el país en marzo de 1976.
“Estuve en el infierno”, fue la frase que eligió una vez que finalizó el trabajo de investigación y recopilación, para describir la sensación de angustia y pavura que le habían dejado los relatos del terror y del horror que pusieron a prueba y, evidentemente superaron, su capacidad de sorpresa a sus entonces 74 años. Aquel trabajo, que al año siguiente fue entregado en mano al Presidente Alfonsín, fue conocido como el “Informe Sabato”, aunque el nombre que llevó y quedó indeleble en los tiempos es “Nunca Más”.
“Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras -escribió don Ernesto en el prólogo de ese libro histórico-, y sin duda el más terrible drama que en toda su historia sufrió la Nación durante el periodo que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976 servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana. Únicamente así podremos estar seguros de que Nunca Más en nuestra patria se repetirán hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado".
Ernesto Sabato había nacido en la ciudad de Rojas, al norte de la provincia de Buenos Aires, el 24 de junio de 1911. Paradojas del destino, unos 650 kilómetros más al sur, en la también bonaerense localidad de Balcarce y con apenas horas de diferencia, nacía Juan Manuel Fangio, el más grande piloto de automovilismo de la historia argentina. Fangio tuvo una duda cuando salía de la adolescencia: ser futbolista o corredor de autos. Sabato, en cambio, no tuvo ninguna duda, tenía claro su destino: sería científico.
Sí, el ensayista y escritor, que en 1984 fue galardonado nada menos que con el “Cervantes”, el máximo premio de la literatura en español, casi medio siglo antes se doctoró en Física en la Universidad de La Plata. Y su prometedora capacidad lo llevó a irse a vivir a Europa, a París, donde en 1938 una beca le dio la chance de sumarse al laboratorio fundado por Marie Curie -y publicar un trabajo sobre “Radiación Cósmica”- y un año después al instituto de Tecnología de Massachusetts.
Lo curioso fue que, más allá de profundizar sus conocimientos sobre física, el joven Sabato aprovechó aquel tiempo para descubrir el placer por la literatura, confirmar su fascinación por escribir y hallar un modo distinto de pensar. O, mejor dicho, de mirar y entender las cosas. Lejos de lo concreto que podía ser dentro de un laboratorio, París lo acercó al mundo abstracto del arte, en especial de la escritura y de la pintura, talento que también lo destacó a lo largo del tiempo. Entre sus nuevas amistades, trabó relación con poetas y ensayistas como André Breton, el autor francés creador de la corriente que se denominó “surrealismo”.
El Ernesto Sabato que regresó a la Argentina en los años 40 tenía grandes diferencias conceptuales con el que se había ido a profundizar sus conocimientos científicos. Y uno de los conceptos que más había incorporado era el del estudio del inconsciente, algo que marcaría transversalmente su obra literaria y que generaría aquello de ser la voz de la conciencia. “En ese tiempo -recordaba- supe que la problemática del hombre del siglo XX no pasaba por la ciencia. Y en esos tiempos de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas, y por la noche en los bares, con los delirantes surrealistas”.
Hijo de italianos que habían llegado a la Argentina con la corriente migratoria de fines del siglo XIX, Ernesto fue el décimo de 11 hermanos y a medida que pasaron los años fue encontrándole el gusto a escribir, aunque de adolescente todavía estaba lejos de pensar en una novela. Y si alguna vez estuvo cerca, ninguna prueba de ello quedó, porque tenía una costumbre muy particular: quemaba todos los textos -la mayoría manuscritos- que creaba. Vicio que conservó incluso de grande, ya como escritor consolidado. La leyenda cuenta que estuvo a punto de quemar su segunda novela, nada menos que Sobre Héroes y Tumbas, y que su esposa lo frenó a tiempo. “Quizá pensaba que todo mi trabajo era imperfecto, impuro, y descubrí que el fuego era purificador”, explicó tiempo después sin esconder su mirada mística.
En su paso por Europa, además, había adquirido una visión filosófica e ideológica que lo acercó a un pensamiento político de izquierda (su amigo Breton era afiliado al Partido Comunista francés). Y sus ensayos, que vieron la luz en diarios y publicaciones de la época, con una fuerte mirada prodemocrática y antidictadura, le trajeron inconvenientes, como los que tuvo con el gobierno de Perón en el segundo lustro de los años 40 y lo llevaron a ser despedido de la Universidad de La Plata, donde era titular de una cátedra. La ciencia se estaba alejando cada vez más de su pasión, o al menos de su concepto para entender al mundo. De hecho, criticaba -según su visión- la neutralidad moral y deshumanizada de la ciencia respecto a las sociedades.
El Túnel, publicada en 1948 en la revista Sur -todas las editoriales a donde llevó el texto se lo habían rechazado-, fue su primera novela; Sobre Héroes y Tumbas fue la segunda -salió en 1961- y puso a Sabato en el podio de los mejores novelistas ya no sólo de la Argentina sino también del mundo, entrando fuerte en otros mercados hispanos (como España, México y Cuba, además del resto de Latinoamérica) pero también siendo traducida a más de 30 idiomas. Nuevamente pasaron 13 años para que apareciera una novela del escritor, la que publicó en 1974, que se llamó Abaddón el Exterminador, y fue la última de su vida y guarda conexión con Sobre Héroes y Tumbas, aunque no es una continuidad directa.
Antes y después, escribió y publicó diversos ensayos, como Hombres y Engranajes, en 1951; Heterodoxia, dos años más tarde; El Escritor y sus Fantasmas, y Tango: discusión y clave, ambos en 1963; La Cultura en la Encrucijada Nacional (1973); Tres Aproximaciones a la Literatura de Nuestro Tiempo (1974); Apologías y Rechazos (1979); Antes del Fin (1998); La Resistencia (2000); y España en los diarios de mi vejez (2004), que fue su último trabajo. Sabato ya tenía 93 años y una afección en la vista que lo estaba dejando ciego.
También escribió un ensayo, en 1956, cuyo nombre habla por sí mismo: El Otro Rostro del Peronismo. Fue publicado un año después del derrocamiento de Juan Domingo Perón (en lo que se conoció como la Revolución Libertadora del 55) y si bien Sabato nunca ocultó sus discrepancias con Perón (a quien consideraba un “demagogo”), en ese relato intentaba comprender y reflexionar sobre el efecto que la salida del ex presidente -que ya estaba en el exilio- había tenido sobre las masas populares. Para entonces, el escritor había sido nombrado por el gobierno militar como interventor de la revista Mundo Argentino, en 1955, pero terminó renunciando luego de denunciar las persecuciones y torturas que sufrían los militantes peronistas y los fusilamientos de junio de 1956. No fue el único cargo vinculado al poder político: también tuvo otro en 1958, durante el gobierno del radical Arturo Frondizi, etapa en la que fue nombrado como director de Relaciones Culturales en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Pero en 1959 dio el portazo, manifestando sus discrepancias con las políticas de ese gobierno democrático.
Con el correr de los años, el hombre que transcurrió buena parte de su vida en la zona oeste del Conourbano bonaerense, en la localidad de Santos Lugares, se convirtió en una referencia muy fuerte para el progresismo democrático. Y no fue casual que el gobierno de Alfonsín lo convocara para la CoNaDeP, convirtiéndose así en un emblema de la investigación en pos de la Justicia, dado que el Nunca Más fue el informe en el que se basó la fiscalía para acusar a los jefes militares en el histórico Juicio a las Juntas.
La obra de este hombre que murió hace 10 años, a 55 días de cumplir los 100 de vida, excedió largamente las tres novelas que publicó y sus ensayos, artículos periodísticos y poemas varios. Su mirada, pensamiento y reflexión, quedaron por encima de todo y marcaron un modo de expresar que lo hizo único.
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