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La Mañana cuarentena

"Los datos duros no hablan de levantar la cuarentena"

La politóloga María Esperanza Casullo, experta en democracia y populismo, explica que en el confinamiento sigue estando la grieta, pero que los que están por fuera apoyan al Gobierno.

Por Adriano Calalesina - [email protected]

“Se necesita tener un alto nivel de indignación para que algunos grupos puedan tener el control de sus simpatizantes en esta pandemia”, analiza la politóloga María Esperanza Casullo, desde su confinamiento en Neuquén capital.

La mujer, que escribe hace años sobre democracia y populismo y que tiene casi 50 mil seguidores en Twitter, con sus opiniones marca cierta tendencia en el círculo de la política de datos, algo que hasta hace algunos años era sólo una cuestión de hombres.

Casullo viene de una familia en la que desde muy pequeña se nutrió de la política y los derechos humanos. Y en esa línea se dedicó, en la última etapa de su carrera, a entender más los procesos del populismo en el país. Es doctora en Ciencias Políticas de la Universidad de Georgetown y actualmente trabaja como profesora de la Universidad Nacional de Río Negro. En su derrotero teórico, fue profesora invitada en la Universidad de Richmond y Brown University.

—¿Qué está pasando hoy en la política entre la gente en cuarenrtena y los políticos sin saber demasiado cómo resolver la actualidad?

Me parece que esta confusión que sentimos todos tiene que ver más con lo que discutimos nosotros, los que somos analistas y estamos más pendientes de las noticias. Y no necesariamente somos un público del promedio. Si leemos las encuestas, que muestran más o menos lo mismo, dicen que la población está muy preocupada por la situación de la pandemia y que hay un apoyo muy importante a las medidas de aislamiento y también a las medidas del Gobierno.

—¿Ese apoyo cómo se registra en una persona en barrios vulnerables y en los más acomodados?

Las encuestas dan que las personas de mayor edad están mucho más preocupadas por la salud que las más jóvenes, porque tiene que ver con las cifras de letalidad del virus. Hay una gran preocupación por el tema económico y una gran conciencia; hay una encuesta, la última, que dice que el 68 por ciento de los consultados piensa que las consecuencias de la economía el año que viene van a ser graves. Hay otro dato, y es que las medidas del Gobierno están muy mediatizadas y politizadas.

—¿Sigue la grieta en el confinamiento entonces. ¿Nadie está dispuesto a dejar la camiseta partidaria?

Los datos son más estables de lo que uno piensa y este es el desafío en Argentina. Y uno de los datos que estructura el sistema político argentino, y que ya lo he repetido varias veces, es que hay un núcleo que es peronokirchnerista y otro que está identificado con el núcleo macrista y tenés otro núcleo que varía en su evaluación de las cosas y, en general, es el que decide las elecciones. En este momento ese núcleo está apoyando las medidas del gobierno nacional.

—Hay personas que apoyaron a Macri pero hoy están haciendo con las medidas sanitarias de la cuarentena.

La pregunta interesante no es tanto por qué creen los que creen a nivel de los votantes. Sino por qué la esfera pública en Argentina, cuando pienso en los medios de comunicación de Buenos Aires, o en los programas de televisión, por qué esa esfera está tan unánimemente alineada con la opción que hay que levantar la cuarentena. Que son dos cosas distintas. Nunca se sintió como en estos días una desconexión tan grande entre lo que discuten los medios nacionales y los principales columnistas y las preocupaciones que uno ve en las encuestas y en las personas; las preocupaciones de las personas hoy, y está medido, se resumen en una pregunta. ¿Cómo me pueden garantizar lo más posible mi estado de salud y, a la vez, los medios para seguir comiendo de acá a un año? Son las dos cosas juntas.

—¿Pero el ruido mediático y de los grupos es más fuerte de lo que pueden reflejar las encuestas?

Habla de que estas medidas de aislamiento impactan fuerte en el imaginario o en la autopercepción de sectores que no están acostumbrados a tener que cumplir normas. Si sos una persona del uno por ciento superior en ingresos en Argentina, que vivís de una cierta manera privilegiada, tenés una posibilidad real de poder hacer lo que querés en cualquier momento.

—Como tomarte un avión e irte a Uruguay, como Susana Giménez.

Si sos un ciudadano común y no podés hacerte de una aerolínea porque están cerrados los aeropuertos, hay algunas personas que sí pueden. Prácticamente ninguna persona diría que la libertad es tener ninguna restricción. Hasta hace unos meses estos grupos apoyaban el hecho de que te pidieran el DNI en las estaciones de trenes. Si sos una persona en Argentina joven, que no das con el perfil y las características de clase alta, y tomabas un tren, te piden el DNI a cada rato. Pero si no sos ese tipo de persona, que ahora para circular te pidan el documento se ve como algo muy fuerte.

—¿Esta percepción de la libertad es clásico de la elite Argentina o en otros países funciona igual?

Lo están viendo muchos países, en España, Estados Unidos. En Madrid, por ejemplo, las marchas en contra de la cuarentena se dieron en los barrios más acomodados, no en los más pobres. Aparece esta cuestión de la libertad, de hacer lo que uno quiere en cualquier momento, cuando en realidad siempre hay restricciones de todo tipo, material y hasta de género; esto habla de que son diferentes vivencias de estar en sociedad. Hay gente que hoy no aceptar vivir en estas normas de pandemia y se indigna.

—¿Qué pensás de cómo opera el concepto de la pandemia, el contagio, el relacionarse con el otro, el cerramiento de los pueblos y el miedo. ¿Hay un rebrote de fascismo?

Son fenómenos muy complejos. Hay una suerte de desconfianza del otro como un vector de contagio, pero no hay que exagerar. En los contagios que se produjeron en los últimos meses hay algo interesante y es que la mayoría tiene que ver con la sociabilidad. El problema es que la única manera de controlar el contagio tiene que ver con que los seres humanos restrinjamos la sociabilidad y evidentemente es algo central y estamos dispuestos a arriesgar muchas cosas por eso. Por poder juntarnos a jugar al fútbol, a comer un asado, a tomar mate. Estamos dispuestos a arriesgar cualquier cosa para tener ese contacto con el otro y el problema es que hoy eso es motivo de trasmisión del virus. Esto también hace un poco de ruido sobre los estudios que hasta hace unos años aseguraban que por el contacto virtual, decían, ya no buscábamos la experiencia corporal sino aislarnos. Y la verdad es que esta pandemia demostró lo contrario. En estas últimas semanas se ve que, a pesar de las pantallas, de internet, y de las videollamadas, necesitamos la presencia con la otra persona.

—¿Van a cambiar algunos hábitos instalados después de esta pandemia?

Algunos van a quedar. Mi padre era de la generación que pasó por la epidemia de poliomelitis de 1958 en Argentina. Durante toda mi infancia, por la mañana, en la casa se ventilaban las habitaciones, aunque hicieran cinco grados bajo cero. Es muy probable que nuestros hijos crezcan con hábitos de higiene, de lavarse las manos. Pero creo que no podemos saberlo con seguridad. Muchas pandemias no dejaron cambios sociales permanentes. La de 1918 fue tremenda, hubo muchos muertos, y en 1925 Europa siguió adelante con su vida.

—¿Tenés registro de dónde emerge este concepto de ir hacia el comunismo, la infectadura?

El tema es que los grupos de derecha en el mundo están conectados muy globalmente. Mucho más que otros grupos. Hace poco hubo una manifestación que decía “no a las vacunas, no a las redes de 5G” y vimos cómo eso se propagó muy rápidamente. Otra cosa que llama la atención es el uso del concepto de epidemiólogo como un insulto. Eso lo vi en España y a los cinco días ya estaba acá. Hay una circulación muy rápida de esto que de fondo no tiene demasiada importancia. La cuestión es todos los días tirar cosas: un día es el comunismo, otro día que Ramón Carrillo (pionero sanitarista argentino) era un nazi. No importa si es cierto, o si la información es contradictoria. Lo importante es instalar algo nuevo para mantener alta la polarización. Estos grupos hoy tienen mucha preocupación por mantener la cohesión interna de sus simpatizantes y votantes y para hacer esto hay que mantener alto el nivel de indignación. Porque si ves las encuestas es muy claro que los votantes de Juntos por el Cambio, ese núcleo duro, si les preguntás qué los une a ellos, no tienen una gran idea de las cuestiones constitutivas. No hay una visión acerca del estado, las políticas públicas o cierta definición de lo social sino que lo que hay es una muy fuerte animadversión de lo que se construye como kirchnerismo. Entonces, es necesario alimentar esto, porque es el vector que da cohesión interna al grupo. En cambio, si le preguntás al núcleo duro del kirchnerismo de por qué lo son, te responden por la Asignación Universal por Hijo, el matrimonio igualitario, el estado presente.

—¿Y todas las teoría conspirativas que aparecen en esta pandemnia? ¿Les da crédito? Se habla de una sociedad mucho más controlada.

Yo no veo sociedad de control. Lo que me llama poderosamente la atención en el contexto de pandemia es, precisamente, el descontrol. O sea, que hay cero capacidad de articulación entre los países. Las políticas de cierre de fronteras, los países que prácticamente se roban los barbijos los unos a los otros. Es una especie de estado de naturaleza, y una incapacidad de controlar la situación social. A grandes rasgos, el retrato de la mayoría de los países es la dificultad de mantener el control.

—¿Ves posible que se hagan las elecciones si persiste el virus?

En Argentina no se va a dejar de votar por la pandemia y por suerte todavía falta. Esto nos agarró en un año no electoral. Aún hay tiempo.

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