La urgencia de la libertad y el horror de una vida en fuga

A una persona privada de la libertad se le puede brindar trabajo, educación, talleres y hasta deportes con la finalidad de que se rehabilite, pero mientras esté tras las rejas siempre va a desear estar en libertad.

Esa urgencia es tan grande que la propia ley establece que quien se fuga sin violentar nada ni agredir a nadie no comete delito, solo que cuando lo recapturen perderá algunos de los beneficios que tuviera o se demoraran en llegar otros.

Tal es el caso de Emanuel Sisterna, el preso de 34 años que cumplía condena por robos y se escapó el pasado 18 de enero durante una práctica de rugby en el predio deportivo de la U11. Solo corrió, saltó el alambrado y se subió a una moto que lo sacó del lugar en dirección al oeste de la ciudad.

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“Es una pena porque estas cosas perjudican al resto”, me confió un funcionario judicial que ayudó a que desembarcara el rugby en la cárcel mas importante de Neuquén. La idea de acercar el deporte a los internos tiene por finalidad brindarles una actividad alternativa que incluso podrán seguir practicando una vez que recuperen la libertad.

Ahora, se espera que esta fuga no perjudique al resto de los internos que practican rugby en el penal.

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Lo llamativo de Sisterna, que estaba próximo a recibir el beneficio de las salidas transitorias, es cómo desperdició la oportunidad de progresar. El cambio que hizo fue radical. Ahora sus días son de penumbras, debe moverse de una casa a otras, dormir con un ojo abierto y estar atento a cualquier tipo de traición. Sin contar que necesita tener efectivo a mano y tener un DNI falso o robado para moverse y/o zafar de un procedimiento policial.

La vida del fugitivo es tortuosa y mas tarde que temprano se agotan, cometen errores y la distancia con los afectos los atormenta. Pero la respuesta al por qué se fugó es simple: la libertad es una necesidad básica de todo ser humano, pero no se valora hasta que no se pierde.