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La Mañana Cipolletti

El Woodstock chacarero y el mensaje que Luca le escribió a Mick Jagger en Cipolletti

A 35 años de la edición del disco Divididos por la felicidad, un recuerdo del festival Isla Rock 86 en el Valle.

Por Rody Chavez - [email protected]

El más grande espectáculo de rock que recuerde en la región tuvo lugar en la Isla Jordán de Cipolletti en 1986, y la estrella rutilante en ese escenario que ya no existe tiene forma de leyenda: el ítalo/escocés/argentino Luca Prodan y su banda Sumo.

Isla Rock 86 tiene pocos registros documentales pero está grabada a fuego en la memoria de miles de jóvenes y grandes de entonces. Es que durante tres días, en ese extinguido espacio prístino junto al río Negro, el desenfado de un país con la democracia de regreso y con bandas como Sumo y GIT en el techo de sus carreras explotó de magia y música en una suerte de Woodstock chacarero que hoy se evoca en este escrito. Un impecable David Lebón, gigantes Enanitos Verdes y un púber Kevin Johansen (con el dúo Instrucción Cívica) le dieron forma y fama al evento que convocó a decenas de miles de personas, al aire libre, casi sin policías y con carpas multiplicándose en la ribera.

La tarde del 8 de diciembre de 1986 Luca Prodan y su banda pasearon por el parque de Isla Jordán, algunos jugaron a la pelota con los acampantes, tomaron ginebra y firmaron autógrafos, en papeles y remeras.

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Antes de la prueba de sonido, Luca habló con un par de jóvenes cipoleños y en el reverso de la estampita de los Rolling Stones, en inglés, escribió un curioso mensaje a Mick Jagger: “Hello Mick Jagger of the Rolling Stones, says! Hello! Again. By proxy Luca Prodan (of Sumo)”, escribió y firmó el pelado.

El mensaje, extraviado durante años, apareció en la casa de un familiar del autor de esta nota hace algunas semanas, en coincidencia con el aniversario de la edición del disco fundacional de la banda mito: Divididos por la felicidad (abril 1985). Y a 40 años de la llegada de Prodan a la Argentina (abril de 1980), para escapar de las drogas con un primer destino en Hurlingham, traslado a las sierras cordobesas y desembarco final en Buenos Aires, su lugar en el mundo.

Sobre Luca (1953-1987) se ha escrito y seguirá escribiéndose, no es intención interferir en biografías.

La que sigue es la historia del día en que Sumo tocó en Cipolletti, en mi pueblo. Es la historia de la Isla Rock contada desde la memoria y el sentimiento de un pibe de 18 años que esa tarde de primavera plena se topó con el artista cuya vida, obra y muerte se extiende más allá de la música.

Dicen que es odioso escribir en primera persona. Pero resulta irresistible.

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Tuve el primer cassette de Sumo que llegó a Cipolletti mucho antes del estallido de “La rubia tarada” y “Mejor no hablar de ciertas cosas” en boliches y radios. Hace exactamente 35 años, cuando Divididos por la felicidad aportaba punk, reggae, english y -sobre todo- polenta al maravilloso guiso que llamamos rock nacional.

Sumo fue algo distinto, y -por un tiempo- dejé de lado a Charly García y a The Rolling Stones entre mis preferencias.

Este dato no le importa a nadie. Pero me define y, lo más importante, define a muchos de la generación adolescente de los ´80. Dos cosas me enfurecían entonces: que llamen “Lucas” a Prodan, o “Mike” a Mick Jagger. Todavía me pasa.

Un amigo de esa época tenía registrada a la banda y me adelantó algo del pelado. Hubo luego un breve e impactante show de Sumo en Badía y Compañía, un sábado por la tarde.

Isla Rock fue el más federal, democrático y bizarro festival de la historia del rock argentino en la Patagonia. Fue gratuito y lo organizó la municipalidad de Cipolletti.

Prodan y Sumo pisaron el polvo y el fango de la Isla Jordán un año antes de la muerte del rockero.

Con Gustavo, mi amigo, llegamos a Luca luego de saltar los arroyitos de una suerte de minidelta en un viaje alucinante. Lo dicho, Isla Jordán (con J, no se tiente a poner una Y adelante) era otra cosa, aguas claras, árboles impecables y un brazo del río con venas de agua que desparramaban vida por el enorme predio. El auténtico jardín primitivo.

Para llegar a Prodan nos topamos con María Rosa Yorio e incluso charlamos de rebote con Marciano Cantero, líder de los Enanitos Verdes.

Me impactó Yorio. Malla enteriza dorada, en uso de pelo rubio, estampa de lady y hermosos ojos ¿celestes? La dama del rock tenía entonces 32 años y la vi como una mujer grande.

María Rosa, ex compañera de Charly García, se bañó en ese otro río Negro pues se podía. “En todas partes te veo”, era su hit. Descalza sobre las piedras alzó la vista, elegante y con el pelo húmedo tirado para atrás, parecía escapada de otro cuento. La miré y, caradura, la saludé. Saludó amable y bellísima. Nunca se había visto una malla como la de María Rosa en la Isla Jordán.

Sumo llegó en un colectivo doble camello, recuerda el músico Ricardo Capellán. Agrego: el pelado y su banda arribaron en un micro que había sido de la empresa Chevallier. El coche de larga distancia, que había conocido de mejores tiempos, estacionó cerca del escenario de chapas de zinc y una base de hormigón elevada: el púlpito de la Isla Rock 86 con su logo de sol y rayos hacia el infinito.

Pantalón de buzo azul roto en las rodillas, remera, ojotas, sobretodo y antiparras de soldar amarillas. Era Luca, el que no muere.

Roberto Pettinato, y creo que Diego Arnedo, Ricardo Mollo y algunos plomos, pateaban con un grupo de pibes cerca del escenario de la Isla Rock. De todos, Pettinato y su barba electrocutada concentraban las miradas.

Luca le firmó a un nene al que -en inglés- le deseó un viaje a Filipinas y desde los bolsillos internos del sobretodo sacó una botella de ginebra Bols. Como si fuese una guinda de rugby la tomó con las dos manos y gritó: ¡Roberto!. Fue un pase de precisión, el de un tipo que sabe cómo y de qué se trata una “tocata”.

Pettinato bebió largo, en dos sorbos, y devolvió la botella respondiendo al pase, que fue tan bueno que en el aire podía leerse Bols, tan argentina como el mate. Le encantaba la ginebra, bendita y maldita ginebra.

Me animé y encaré a Luca, que sonreía entre los pibes que disfrutaban del magnetismo del personaje. Le pregunté si le gustaba el lugar, si estaba contento. Contestó que sí, que le gustaba mucho “la isla”. Rió.

De mi portadocumento saqué lo más parecido a un papel que tenía, una estampita (en realidad una calcomanía) de los Rolling Stones. La cara de Jagger y la leyenda Stones.

Sonrió largo el pelado, me miró el master, y escribió el curioso mensaje al líder de los Stones.

Alguien lo llamó y, amable, Luca se despidió para realizar la prueba de sonido.

Corrimos como nenes con la figurita difícil en la mano. Se lo contamos a la banda de sexto año del Industrial 5 de Cipolletti. Celebramos.

Llegó la noche. Escuchamos a Yorio, a Eva y los Pecadores y, al fin, deliramos con Sumo.

Revoleó las ojotas Luca, y se comió/se comieron a la Isla Rock. Es que el pelado y chicos de Sumo tocaron como si estuviesen en Obras.

Arrancaron a lo Sumo: “Crua Chan”, sonidos de gaitas al palo y máscaras simias (Llegando los monos se llamó el segundo disco, el que presentaban).

“Crua Chan” es un homenaje a una guerra de escoceses contra ingleses. Luca simpatizaba con los de faldas, claramente. Estudió en un selecto colegio de Escocia, con el príncipe Carlos de Inglaterra entre sus compañeros. Fuimos tan escoceses como William Wallace. Miles de pibes y grandes hechizados por el show, muy libres.

Fuimos muchos. Los que habíamos soñado con ver a Sumo y quienes a priori se conformaban con la rubia tarada. Fuimos uno.

A 34 años de la Isla Rock, intento identificar el lugar donde se había montado el escenario e imagino un monumento con Luca apretando el micrófono, en patas y casi en salto. Abajo escribiría: aquí tocaron Luca y su banda el 8 de diciembre 1986. Y fuimos felices.

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Divididos por la felicidad, un debut apabullante

Una explosión de adrenalina, vértigo y desesperación. Sumo construyó su identidad partir de estilos como el post punk, el reggae, el funk, el dark, el dub, el punk y más. En aquel entonces se trataba de un cóctel imposible de imaginar. Pero acaso más importante era la forma en que lo tocaban. La voz oscura y desafiante de Luca -su articulación del inglés y un castellano singular-, las guitarras complementarias de Mollo y Daffunchio, las intervenciones de Pettinato y la original base de Arnedo y Superman Troglio. Todo en un marco descarnado, por momentos ominoso, pero nunca exento de ironía y humor, el disco no tiene desperdicios y dejó clásicos como “La rubia tarada” -caricatura social y pulso disco punk-, “Mejor no hablar de ciertas cosas” -con letra del Indio Solari en una estampida psicodélica espesa-, “Divididos por la felicidad” -un descarnado homenaje a Joy División- y “El reggae de amor y paz” -un estilo que manejaron como nadie en la Argentina-. Un debut apabullante.

(*) Sebastián Feijoo, Disco Baby discos, revista Caras y Caretas, La historia que cambió el rock argentino. Luca Prodan (1953-1987).

“Que vayas a Las Filipinas”

- ¿Y vos cómo te llamás?

Yo me llamo Luca, le dijo el pelado al pibe de remera blanca que le preguntaba.

-¿Y dónde vives?, siguió el pelado de antiparras amarillas, de esas que se usan para soldar

Cipolletti, respondió el nene de flequillo, pelo negro y mirada irreverente.

-Chipolletti, repitió en perfecto italiano el rockero que se hizo leyenda.

Escribime acá, ordenó el nene. Y el pelado estiró la remera y en inglés escribió algo que nadie entendió.

-¿Qué dice ahí?, quiso saber el chico.

Que te vayas a Las Filipinas – dijo Luca, y le acarició la cabeza.

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