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La Mañana Freddie Mercury

Freddie Mercury: una voz inmortal, un doloroso adiós que conmovió al mundo

El líder de Queen murió el 24 de noviembre de 1991. Un día antes, había contado que tenía SIDA. La historia del amor de su vida y un adiós rodeado de amigos y tristeza.

Su vitalidad había perdido intensidad. Estaba debilitado y cada día más dolorido en cuerpo y alma. Todavía, en los inicios de noviembre de 1991, no existía el cóctel de drogas que hoy les hace la vida más llevadera a los enfermos de SIDA. No cura el virus, eso es sabido, pero lo contiene, lo amengua. Freddie Mercury estaba en tratamiento, el que había por entonces, insuficiente para evitar la degradación. La calidad de vida se le había reducido a la nada misma. En ese noviembre tomó dos grandes decisiones: una, dejar el medicamento porque entendió que ya no daba para más. Sólo tomó analgésicos. Pero cuando el dolor de no ser él se le hizo insostenible, cuando su muerte ya no fue un enigmático agujero negro en donde todo está por descubrirse sino una imperiosa necesidad pacificadora, lo hizo público. Les anunció a sus fans que tenía SIDA, en un comunicado que sin redes sociales ni globalización web, igualmente recorrió el mundo con velocidad: “Deseo confirmar que he dado positivo en las pruebas del virus y que tengo SIDA… Ha llegado el momento de que mis amigos y mis fans en todo el mundo conozcan la verdad y deseo que todos se unan a mí, a mis médicos y a todos los que padecen esta horrible enfermedad para luchar contra ella”.

“Horrible enfermedad” era una descripción precisa y “luchar” una metáfora para Freddie, una expresión de deseos al fin, porque interiormente sabía que no había mucho para hacer, salvo entregarse resignada y mansamente al final. Que llegó muy pronto, al día siguiente, como si se hubiese sacado de encima la última mochila que cargaba, la del secreto de su padecimiento: el 24 de noviembre de 1991, al día siguiente de conocida la noticia, Freddie Mercury murió.

Sabía que estaba enfermo desde mediados de los años 80 y sólo se lo reveló a su círculo más íntimo, que fue sumamente discreto con el deseo del artista de no levantar el perfil. “Sentí que era correcto mantener esta información en privado para proteger la privacidad de quienes me rodean”, concluyó aquel comunicado que fue una despedida.

El SIDA lo atacó rápido y lo disminuyó sin pausa aunque no le impidió seguir grabando. Pero menos de tres años después de enterarse del diagnóstico, el cantante de Queen fue cediendo terreno en la escena pública hasta hacerse prácticamente invisible para sus fanáticos. Su deterioro era irreversible y en el final varias capas de maquillaje fueron necesarias para ocultar las manchas que le salieron en la piel propias de una enfermedad todavía muy poco conocida, y hasta relleno debajo de su ropa para disimular su delgadez. Así le cantó al lente de la cámara en sus últimos videoclips.

Queen - Who Wants To Live Forever (Official Video)

En noviembre de 1991, con su mente ya programada en formato despedida, trató de movilizarse como pudo por su propia casa, la mansión Garden Lodge donde él ocupaba una de las ocho habitaciones. Con ayuda de sus más íntimos amigos y colaboradores, dio sus últimas recorridas por la enorme construcción ubicada en el exclusivo barrio de Kensington (en el oeste londinense), que además de tener un salón donde el cantante había levantado una galería de arte -con algunos cuadros pintados por él-, en el exterior tenía muchos metros cuadrados de parque, destacándose un jardín japonés. Su movilidad era cada más limitada, al igual que su vista, pero la compañía de sus amigos más cercanos le revitalizaban tanto el espíritu que mandó a comprar por anticipado los regalos navideños para muchos de ellos. Pero Santa Claus llegó un mes después de que Freddie partiera.

Actualmente, los paredones del Garden Lodge son objetos de culto para fanáticos de Queen que no pierden la ocasión de dejar algún graffiti y sacarse fotos en lo que fue la última residencia y el lugar de la muerte del ídolo, aún con el fastidio que tantas visitas ocasiona en los vecinos del coqueto barrio londinense.

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Los paredones del Garden Lodge en el que vivió Freddie Mercury son objetos de culto para fanáticos de Queen.

Los paredones del Garden Lodge en el que vivió Freddie Mercury son objetos de culto para fanáticos de Queen.

“Amor de mi vida”

Freddie se desentendía de la muerte. Su ego tenía la misma fecha de vencimiento que su vida y no gustaba de andar pensando en lo bien o mal que lo recordarían. Él realmente disfrutaba (y muchas veces sufría) lo que ocurría mientras vivía. Ahí quería sentir las muestras de cariño y cobijo de quienes lo rodeaban, la amistad de sus amigos y la admiración del mundo que amaba su arte. Alguna vez reconoció que no le preocupaba pensar qué sucedería después de muerto, porque estaba convencido de que “la vida es para vivirla”. Y él la vivió con vaivenes, con dolores, con alegrías, con represiones, con liberaciones… Le afectaba sentir que en el inconsciente colectivo su sexualidad podía estar tan presente como su música, pero también le costaba aceptar que su intimidad no era como muchos esperaban que fuese.

Ese impulso lo llevó a tener muchas relaciones ocasionales y hasta lujuriosas, y otras un poco más estables. Pero en los 45 años que vivió, ninguna tan pura y sincera como la que tuvo con la mujer a la que su mente eligió como esposa, su cuerpo como amiga y su sensibilidad como objeto de una de las baladas más bellas que hayan salido del rock; Love of my Life.

Queen - Love of My Life

“Tu recordarás cuando esto se haya calmado y todo esté en su lugar... Cuando envejezca estaré a tu lado para recordarte cuánto te sigo amando”, dice una de las partes más significativas de esta canción dedicada a Mary Austin, quien hoy, a sus 69 años, vive en Garden Lodge, la casa valuada en más de 20 millones de dólares que heredó de Freddie, quien en su testamento le cedió también el 50% de sus bienes y parte de sus derechos sobre las ganancias de Queen, que como banda sigue facturando fortunas hasta el día de hoy.

Mary reconoció que en el primer tiempo posterior a la muerte de Freddie tuvo problemas de todo tipo. Primero, sufrir la tristeza de su ausencia; luego, la dificultad para aceptar todo lo que le había dejado y los roces y controversias que semejante legado generó en parte del entorno del músico; y, finalmente, algunos inconvenientes financieros, porque recién en 1999 comenzó a cobrar todo el dinero que le correspondía y en los ocho años anteriores llegó a dudar de poder mantener los bienes que el cantante le había legado.

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Freddie Mercury y Mary Austin, el amor de su vida que se hizo inmortal en uno de los hits de Queen.

Freddie Mercury y Mary Austin, el amor de su vida que se hizo inmortal en uno de los hits de Queen.

Cuando Mary tenía 19 años, y era conocida de Brian May, fue el guitarrista quien le presentó a Freddie, que se impactó con su belleza. Él tenía 24 años y ella trabajaba en la boutique Biba, centro comercial que dominó la escena cultural de la moda juvenil inglesa de los 60 y 70. Fueron cinco meses de coqueteo hasta la primera salida formal y luego otro medio año hasta que empezó la convivencia. Así nació este amor que fue inquebrantable incluso cuando Freddie y Mary comprendieron que ciertos deseos de él iban por otro lado y no incluían a su “esposa”, como el cantante la siguió llamando toda la vida.

Ese divorcio no trajo rencores, sino que generó una absoluta comprensión y profundizó la amistad y la confianza que llevaron a la joven a ser la asistente full time de quien ya era una estrella de rock. Para Freddie, nunca nadie pudo reemplazarla, “es sencillamente imposible”, sostenía. Quizá por eso, sólo ella logró convencerlo de que fuera al médico para hacerse un chequeo y la prueba del VIH. A mediados de los 80, el planeta convivía cada vez más con el SIDA aunque con pocas certezas. Pero era común, casi una tendencia, que los casos que más sobresalían estuviesen vinculados a los adictos a las drogas inyectables y a los homosexuales, razón por la cual el SIDA fue despectivamente llamado “la peste rosa”. Muchos que se enfermaban y morían eran de un círculo relativamente cercano o compatible con el modo de vida del cantante, y Mary comenzó a insistirle, porque él en un principio se negaba, para que se hiciera los estudios tras algunos llamativos episodios con su salud.

Su “esposa”, tras la ruptura conyugal, al tiempo se puso nuevamente de novia, se casó, tuvo un hijo y luego otros dos. Aquel primer niño, llamado Richard, es ahijado de Freddie Mercury. Es evidente que la cercanía nunca se perdió y así fue hasta los días finales del cantante, quien también contó con la compañía de amigos como Elton John, quien lo visitaba seguido, de los otros integrantes de Queen y el abogado de la banda, Jim Beach, y de tres colaboradores que vivían en Garden Lodge: su novio desde 1985, Jim Hutton; su chef, Joe Fanelli; y su asistente personal, Peter Freestone, quien lo ayudaba en aspectos que iban desde su agenda hasta ser un eventual guardaespaldas. Ellos fueron su compañía y también sus enfermeros, y los que se las ingeniaron para ser custodios del secreto que se guardó tras los enormes muros de la mansión en Kensington hasta que se diera a conocer un día antes de la muerte del artista.

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En los primeros días de noviembre, Freddie había vuelto de Suiza donde en los estudios Mountain había hecho las últimas grabaciones de su vida, que se vieron reflejadas en el disco Made in Heaven, que Queen editó en 1995. "Nunca hablamos acerca de cuánto le quedaba de vida, pero me da la impresión de que cuando tienes una enfermedad terminal, llega un momento en que te hacés una idea más o menos aproximada", contó el abogado Jim Beach, testigo de aquel último trabajo que encontró a Freddie con un caudal de voz limitado, peleando contra su cansancio, ayudándose con un par de vodkas para hallar las fuerzas que se le estaban yendo junto a la vida.

En esa estadía suiza, celebró su cumpleaños, el 5 de septiembre. Y al regreso a Londres fue que tomó la decisión de no meter más medicamentos en su cuerpo, a excepción de los calmantes que, igualmente, ya poco efecto le hacían. Se sabía moribundo y no quería amargar a sus seres más cercanos con su mala imagen, aunque en la semana previa a su muerte aceptó las visitas de sus padres, de su hermana, de los otros tres Queen -Brian May, Roger Taylor y John Deacon- y, por supuesto, del “amor de su vida”, de quien sería la mayor heredera de su fortuna, de Mary Austin, quien vive hasta el día de hoy con sus hijos en la misma casa donde Freddie Mercury murió de “neumonía bronquial” provocada por el SIDA. “De alguna manera, creo que había una parte de Freddie a la que le hubiera gustado una vida familiar, un hogar feliz e hijos", reflexionó Mary hace un tiempo: Cuando murió, sentí que nos habíamos casado. Perdí a alguien que pensé que era mi amor eterno”.

Queen - The Show Must Go On (Official Video)

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