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La Mañana Diego

La noche en la que Diego revolcó a Fillol y empezaba a imaginar la Mano de Dios

Aquel Viernes Santo de 1981 quedará en la historia como una de las mejores -sino la mejor- actuación de Maradona con la camiseta de Boca. El repaso de aquella jornada en la que un arquero campeón del mundo se rindió ante el mejor de la historia.

Era viernes santo y llovía hasta el desconsuelo, como si todo el llanto bíblico de María Magdalena se hubiese amontonado en una nube que explotó sobre Buenos Aires y encharcó a los 100 barrios porteños, incluyendo La Boca y la Bombonera. Ir a la cancha esa noche era un desafío, pero uno de ésos que entusiasman, porque se jugaba el superclásico, con público de ambos equipos como en los buenos viejos tiempos. Un Boca-River llenísimo de figuras, además, como pocas veces en la historia, aunque con una excluyente: Diego Armando Maradona, quien hace 40 años hizo que aquella santa noche de Buenos Aires fuese un auténtico vía crucis para River.

Y en una ráfaga de 12 minutos, su partenaire de entonces, Miguel Ángel Brindisi, inició la crucifixión con sus primeros dos goles, pero fue Diego el que puso el último clavo, un tercer gol que sobresalió y quedó en la historia del fútbol argentino y mundial como uno de los más extraordinarios que metió quien ya era, con 20 años y aun sin haber ido todavía a jugar a Europa, el mejor jugador del mundo.

Fue un poema de Maradona y se convirtió en el gol más emblemático que convirtió en Boca a lo largo del año y medio que jugó entre 1981 y 1982, y contando también su regreso en la década del 90. Ésa fue una obra de arte, una definición que opacó las dos anteriores de Brindisi y también el jugadón que armó el marcador de punta izquierdo del equipo, Cacho Córdoba, quien desbordó por la derecha y asistió a Diego dejándolo solo en el punto penal. Pero todo lo que ocurrió instantes después, en ese puñadito de segundos, fue de tal envergadura que dejó a River a sus pies y, literalmente, a Fillol y a Tarantini también, quienes quedaron desparramados, impotentes ante lo inevitable, testigos privilegiados del genio saliendo de su lámpara.

“Yo en el mano a mano era bravo, porque atacaba al delantero y lo obligaba a definir rápido”, revela el mismísimo Pato Fillol 40 años después. Ahora tiene 70 y ubica a ese pedazo de gol en la galería de los más lindos que le hicieron en sus 21 años de carrera. “Cuando le salí rápido y lo apuré, Diego me hizo una cosa que nunca nadie me hizo en mi carrera: dominó la pelota pero no me tiró la gambeta para adelante, me hizo ‘tac’ y me gambeteó para el costado”, recuerda el arquero campeón del mundo en 1978, cuya habitual sensación de invulnerabilidad aquella noche lluviosa había quedado severamente averiada. Boca había tenido su noche de gloria, con sus dos grandes figuras en el más alto nivel.

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La cancha se había convertido, inevitablemente, en un barrial. Arturo Andrés Ithurralde, quien por entonces era considerado el mejor árbitro del país (de hecho, fue el elegido para dirigir en el Mundial de España de 1982), tuvo dos decisiones fundamentales aquella noche: una permitir que el partido se jugase igual, pese a las condiciones de la cancha, porque entendió que avisarle a la gente que había llenado la Bombonera desde muy temprano que el partido no se jugaría por el clima, podría ser riesgoso; y la otra, haber otorgado una ley de ventaja fundamental en la previa al gol que abrió el partido. “A Maradona le pegaron una patada que era para cobrar infracción, pero yo dejé seguir porque era Diego y sabía que, a pesar del golpe, se iba a levantar y continuar con la jugada. Y la siguió”, confesó tiempo después el referí, quien falleció hace cuatro años en la ciudad de Mar del Plata. Efectivamente, Diego se levantó, dejó como conos a Pavoni y a Passarella, en una jugada que se ensució un poco luego de un rebote hasta que le quedó a Brindisi, quien limpió todo con su definición.

“Nunca vi la cancha tan repleta ni a la gente gozar tanto, porque River tenía un equipazo”, supo describir aquella noche el propio Maradona, en un documental. Para Diego, ese partido fue su graduación como ídolo de Boca. Era la 10ª fecha del campeonato Metropolitano y el equipo estaba puntero, con siete triunfos y dos empates. Pero el Diez no había estado en todos los partidos: se había ausentado en cuatro fechas por una lesión muscular. En ese lapso, fue Brindisi el que se puso el equipo al hombro y todos esperaban que Maradona apareciera como el rey del fútbol que ya era nada menos que contra el poder de River, que tenía una verdadera selección con Fillol, Passarella, Tarantini, Juan José López, Merlo, Alonso y, como si fuera poco, Mario Alberto Kempes, el goleador del Mundial 78 y en 1979 el goleador de la Liga española, como número 9.

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“Fue maravilloso -apuntaba Diego- porque la cancha estaba mojada y yo, cuando se la tocaba por los costados a ellos, no podían hacer pie. Y como era chiquitito, me metía por entre medio de todos. La tiraba para adelante y era encarar directamente al Pato”. El primer tiempo había sido 0-0, aunque hubo un episodio que podría considerarse como la precuela de “La mano de Dios” o, al menos, un ensayo: una pelota larga de Brindisi que Maradona fue a buscar, solo, al corazón del área de River y cuando salió Fillol dispuesto a atrapar en el aire esa pelota frontal, Diego levantó su puño izquierdo, lo anticipó y salió a festejar el gol. Ithurralde se dio cuenta de que había sido con la mano, lo anuló y lo amonestó. Sin dudas, con los años corregiría “el gesto técnico” para que nadie lo advirtiera en México 86.

Así como estaba la cancha, era difícil jugar bien, porque la pelota corría poco a ras del suelo, el juego podía tornarse algo violento y los jugadores se resbalaban mucho. Merlo cometió la torpeza de meterle una piña en el estómago a Brindisi adelante del árbitro, que lo expulsó y complicó la existencia de River. La orden de Silvio Marzolini fue clara en el entretiempo: “Encaren y gambeteen, juéguensela en la individual”. Tal cual lo pensó el técnico de Boca, salió. Y quien mejor que Maradona para concretar esa indicación.

Diego Maradon gol a River Fillol

Todo se dio enseguida de comenzada la segunda mitad del partido. A los 10 minutos fue el primero de Brindisi y a los 15, el segundo. Una vez más, como venía sucediendo desde que había comenzado el torneo, el experimentado y extraordinario mediocampista ofensivo que había llegado a inicios de año de Huracán, se mostraba implacable y silenciaba a su rival. River ya no hacía pie, ni literal ni figuradamente; y Boca volaba. Y a los 22 llegó el gol histórico.

“Cacho Córdoba no iba por la derecha ni para tomar agua”, sonrió Brindisi hace unos años, cuando comenzó a describir la jugada en la que el defensor lateral zurdo cruzó la cancha desde su zona, eludiendo en velocidad, hasta llegar al sector del puntero derecho, donde hasta tuvo la lucidez de hacer la pausa que correspondía. Pobre Cacho, todo recordarían su enorme jugada individual y su precisión para tirar el centro en un superclásico, si el que durmió la pelota en el centro del área no hubiese sido Maradona. Pero era el gran artista y su obra. “Yo la bajo -supo recordar Diego tiempo después- y la pelota queda muerta porque había barro y porque la bajé bastante bien. El Pato sale para atorarme, para no dejarme arrancar. Entonces, yo le amago para afuera y con el pie engancho para adentro, pero con el cuerpo hacia afuera”. El amague había entrado tanto por los ojos de Fillol que, cuando quiso reaccionar, porque advirtió que la pelota iba para el lado contrario que su cuerpo, ya era tarde.

Diego Maradon gol a River Fillol

“Cuando se quiso afirmar, ya era tarde, yo ya lo había pasado. Y quedó Tarantini en la línea y dije ‘la aseguro’. Porque le iba a amagar otra vez, le iba a amagar, pero cuando vi ese costadito para meterla me dije: ´La aseguro´”, terminó de relatar Diego su descripción. Y el moño se lo puso nada menos que su víctima, Fillol, y toda su admiración: “Eso que hizo, lo hacen los genios. Él lo tenía incorporado”.

Aquel fin de semana santo de 1981 se cerraría con un domingo de Pascua con vértigo y velocidad pero no por el fútbol, sino porque se correría en el autódromo porteño el Gran Premio de la República Argentina, porque en aquel momento no sólo las figuras del fútbol todavía jugaban acá: también había Fórmula Uno y ese domingo Carlos Reutemann, además de celebrar su cumpleaños número 42, salió segundo y festejó haber quedado en la cima del campeonato mundial de pilotos, un campeonato que al final de la temporada se le escapó en la última carrera.

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No fue el caso de Boca, que ganó el Metro 81 de punta a punta, aunque el Ferro de Griguol no se la hizo fácil y le peleó hasta el final el título que quedó en manos de Maradona y su ballet. “Ese partido contra River, para mí, valía más que el campeonato, porque era mostrar para qué estábamos”, dijo Marzolini. ¿Exagerado? Tal vez, porque es extraño poner a un solo partido por encima de todo un torneo que, encima, termina con vuelta olímpica. Sin embargo, ese partido de Maradona, ese gol de Maradona, quedó por arriba de todos los que metió después. Y metió varios, ya que fue el goleador del equipo con 17 goles. Pero ése, el del superclásico barroso, el de Fillol arrodillado con resignación de viernes santo y Tarantini desparramado, sin poder evitar, fue sublime. Antes de llamarlo barrilete cósmico, Víctor Hugo Morales sentenció en el relato de aquel 3-0: “Pasarán muchos, muchos años, y los hinchas de Boca seguirán hablando de este gol de Diego Grande Armando Más Grande Maradona”. En lo único en lo que se equivocó es que, 40 años después, no sólo los hinchas de Boca siguen hablando de este golazo.

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