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A rodar la vida: el joven del barrio Mudón que recorre el mundo en bicicleta

Julián Álvarez lleva pedaleados miles de kilómetros, cientos de cielos y decenas de paisajes, pero sostiene que Argentina es el mejor país del mundo. Andar en bici se volvió su forma de vivir y encontrarse con la humanidad.

El invierno no da tregua aunque la primavera ya empezó hace unas semanas. Europa, Asia: lo viene acompañando hace meses como una sombra. Julián Álvarez no logra ver el camino por la llovizna constante. Decide detener la marcha de su bicicleta hasta que las precipitaciones se detengan. Se desvía unos kilómetros de la ruta para acampar bajo una arboleda frente al inmenso lago Seván, en Armenia. Las gotas caen sobre el bosque, las piedras y la carpa y son un concierto formidable en la soledad de la noche.

De pronto, los ruidos se apagan y el silencio es absoluto. Al día siguiente, guarda todas sus cosas y se alegra de que ya no llueva para poder continuar el viaje. Pero cuando abre la carpa, se encuentra que una nevada cubrió la inmensidad de las montañas armenias. Y aunque en ese instante comprende que las cosas van a ponerse más difíciles, es exactamente esa sensación la que lo hace viajar hace 10 años en bicicleta: dejar que el camino lo sorprenda, pero que también lo subyugue con el poder de la belleza y de lo incierto.

Desde muy pequeño, a Julián le gusta mirar el mundo con ojos de sorpresa, lo trae en su esencia. Dice que un día con su familia cargaron todo lo que tenían en un Citroën y partieron de Buenos Aires para vivir en Neuquén. Él tenía apenas dos años, pero sabe que el viaje duró días, un poco porque era lo que podía el auto, pero otro porque a su mamá y su papá les gustaba parar en cada rato a mirar el paisaje, a asombrarse con lo que tuvieran a mano. “Siempre veían algo lindo aún en los caminos más inhóspitos”, dice.

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Con los años, la bici se convirtió para Julián en la posibilidad permanente del asombro, un pasaje de retorno a la infancia para un niño curioso.

La primera vez que anduvo en bicicleta fue en la vereda del Barrio Mudón. Tenía 5 años y su mamá lo iba empujando. De pronto, miró para atrás y se dio cuenta que hace rato lo había soltado. Era una bici Cross BMX, con plásticos negros: perfecta. Así lo sostiene su memoria. Después, le regalaron una Fiorenza con la que empezó a ir a la Escuela N°22 y más adelante, al CPEM 46. La bicicleta siempre fue parte de sus días neuquinos y cuando se fue a vivir a Buenos Aires, se convirtió en su principal medio de transporte.

La primer gran aventura

El primer viaje en bicicleta lo hizo con sus amigos a la zona de Pulmarí. Una vuelta fantástica por los lagos Aluminé, Moquehue, Ñorquinco y Ruca Choroy. Recorrieron 200 kilómetros en 10 días con un ritmo amable. Un año más tarde, viajaron desde Esquel al Bolsón por el Parque Nacional Los Alerces. Cuando terminaron, se dio cuenta que estaba dispuesto a hacer un desafío grande, algo aún mayor.

Por entonces, Julián tocaba la trompeta en la banda Hormigas Negras. Al verano siguiente, salieron de gira de Buenos Aires a Caracas, tocando en las calles y plazas de todos los pueblos y ciudades que fueron encontrando en el camino. Las actuaciones eran a la gorra, y para ese momento clave para cualquier artista callejero, Julián hacia una performance muy particular agachado que se llamaba el baile del cangrejo. El viaje fue un éxito: recorrieron, se nutrieron de música, paisajes y experiencias, pero Julián terminó con los meniscos rotos a causa de su actuación.

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Si la bicicleta ya era importante, después de eso se convirtió en una suerte de extensión de su cuerpo: iba para todos lados sobre ruedas. Era más fácil andar en bici que caminar. Ahí se dijo: “es el momento de viajar”. Y para eso, era necesario juntar dinero. Consiguió un trabajo de 9 horas en una fábrica de medicamentos, redujo su economía a cero, juntó lo necesario para vivir un tiempo largo y se arrojó a la aventura.

Viajar solo

Era el año 2014. La ruta elegida decía Holanda – Portugal. Se puso en contacto con una amiga con la que había ido al CPEM 46 que estaba viviendo en Bélgica. Con lo ahorrado en la droguería, le había pedido que le comprara una bicicleta. Cuando llegó al aeropuerto, lo estaba esperando con las bicicletas de ambos, las alforjas y un abrazo. Dice que la escena fue emocionante y supo que tenía algo de definitivo.

Viajaron juntos desde Holanda a Bélgica. Para Julián ese tramo fue fundamental, por entonces apenas sabía contar hasta diez en inglés. Y si bien hay algo de idioma universal en el ciclismo, era un limitante que le daba un poco de temor. “El primer día de viaje solo, fue como salir sin rueditas”, dice. Tuvo que acostumbrarse a pedir agua, a preguntar por direcciones, a perder muchas veces y en soledad.

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En ese momento tenía el programa “En dos ruedas” que transmitía por un sitio radial de bici aficionados. La idea era no sólo contar lo que iba pasando en el viaje, sino poder mostrar la música, la cultura, la historia de vida de los artistas de cada lugar. Además de ciudades, trazó un mapa de la música y eso le permitió también sentir cierta cercanía. “La trompeta y la bici abren puertas”, dice. A los tres meses, llegó a Portugal. Después, se volvió a Buenos Aires con ganas de más. Sabía muy bien que el viaje recién había empezado.

Cuando volvió a Buenos Aires, las cosas con su banda ya no iban a ningún lado, pero sobre todo él había encontrado en la bici un nuevo proyecto de vida. Empezó a pensar en qué podía hacer que le permitiera trabajar full tiempo y luego dedicarse a viajar. Así que estudió para guardavidas, se recibió y puso en marcha su plan. Hace ya varios veranos europeos que Julián se va a España y a otros países a hacer temporada de guardavida, o a trabajar full time en alguna cocina. Eso le permite 8 meses de libertad y para Julián la libertad va sobre ruedas.

Una vida en bicicleta

Desde que empezó a rodar la vida, Julián lleva recorrido más de 25 mil kilómetros. No lleva la cuenta exacta, la bici no es una meta, lo hace por placer, casi por instinto. En su itinerario sin fin aparecen Cuba, Vietnam, Camboya, Tailandia y así. Pero se queda pensando y dice que sí, que más o menos son esos kilómetros. Toma como referencia su segundo viaje largo, en el que conectó Madrid con Irán: 8 mil kilómetros en 9 meses que implicaron recorrer España, Francia, Italia, Eslovenia, Croacia, Serbia, Bosnia, Albania, Montenegro, Grecia, Turquía, Georgia, Armenia e Irán.

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“El 1° de mayo de 2019 llegué a Irán. Me acuerdo que un poco en broma y un poco en serio dije: bueno, ahora no me afeito más. Y resulta que ellos me decían: parecés un terrorista. Claro, es una imagen creada eso de que andan todo el día con el fusil bajo el brazo. En Irán descubrí a la gente más hospitalaria del mundo, siempre amorosa, siempre ofreciéndote un regalo, invitándote a compartir, abriendo las puertas de sus casas. Viajar te ayuda a romper prejuicios”, explica.

Carpa, aislante, colchoneta, cocinita, olla, comida, mate, herramientas, repuestos, cuatro mudas de ropa, dron, ropa de lluvia, protector solar, gorrito, casco, agua, son algunas de las cosas que lleva Julián en sus 40kgs de equipaje. Dice que una de las cosas más importantes que tiene en su bici es el espejo retrovisor, que le permite estar atento y alerta al camino. Aunque haya dormido cientos de noches a la intemperie, aunque se haya encontrado con animales gigantes o ponzoñosos, aunque se haya dejado abrazar por culturas muy distintas a la nuestra, dice que el único temor real que alguna vez sintió durante estos meses fue en la ruta con los seres humanos que conducen autos. “Los camiones suelen ser más respetuosos del ciclistas. Son las camionetas las que suelen pasarte finito”, dice. Pero no es a modo de queja, sino como la foto de una realidad de nuestras rutas.

Hace un tiempo también incorporó un panel solar para cargar baterías cuando no tiene acceso a la electricidad y también un parlante portátil con el que va escuchando música en el camino. “Muchas veces voy en silencio. No vengo del palo del yoga, ni de la meditación, pero pienso que quizá durante bastante tengo la mente en blanco. En otros momentos pienso en lo básico: dónde dormiré, si compré pan, dónde conseguiré agua caliente, cuanta ropa limpia me queda”, dice.

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Se lleva muy bien con la soledad, viajar solo le permite manejar su propio ritmo, pero también estar más receptivo con las personas, con los mundos que va tocando. A veces extraña la compañía, más cuando se trata de compartir un paisaje precioso o el final de un día. A quien más extraña es a su novia que vive en Buenos Aires, pero sabe que siempre se están encontrando en el camino.

¿Por qué viajar?

Cada vez que Julián vuelve a la ruta se pregunta lo mismo, pero también vuelve a sentir: “esta es la mejor vida del mundo”. Dice que viajar lo hace sentir vivo, quizá por la adrenalina de la incertidumbre, de no saber nunca muy bien donde va a terminar el camino. Dice que la bici te iguala, que no es cualquier medio de transporte, que no pasa con otros objetos como una 4 x 4 o un celular: “en un barrio popular, o en el lugar más exclusivo hay gente andando en bici”, explica. Dice que te permite moverte a una velocidad linda, de disfrute. Dice también que la gente que te cruzas te hace sentir algo de heroico que también resulta muy estimulante. Pero dice, sobre todas las cosas, que la bici aunque parezca un lugar individual y autosustentable, no deja de necesitar de la solidaridad de los otros, que sería imposible viajar sin que alguien te de una mano y que es eso lo que te permite mirar a la humanidad desde otro lugar, siempre con un brillo especial, en esencia amable.

Este año, Julián se propuso viajar por las 23 provincias argentinas. “Muchos dicen que la única salida de este país está en Ezeiza, para mí, en cambio, es el mejor país del mundo. Y como siempre lo digo y lo sostengo, decidí salir a verificarlo en persona. Más allá de los gobiernos, hay algo en la esencia argentina que sigue estando, que es la solidaridad. Eso no está en otros países”, dice Julián desde un atardecer en Cafayate, Salta.

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Hace unos meses, también empezó a generar contenido de sus viajes para su canal de Youtube @CienVolandoBici junto a su compañero de edición, Sr. Milanga. Dice que el nombre lo tomó prestado de un programa que alguna vez tuvo la FM Calf Universidad, pero lo que le genera es esa sensación increíble de libertad. “Ningún pájaro en mano, los pájaros siempre son del cielo”, dice contento.

Su último viaje empezó el 12 de Mayo en CABA. Lleva recorridos: cada uno de los pueblos de la provincia de Buenos Aires, La Pampa, Córdoba, Santa Fé, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, parte de Paraguay, Formosa, Chaco, Santiago del Estero, Jujuy y Salta. Es muy posible que en este instante esté entrando a Tucumán, para después salir por Catamarca y retomar La Rioja, San Juan, San Luis, Mendoza. Una de sus metas es poder llegar a Neuquén para pasar las fiestas y compartir con la familia y amigos una buena parte de enero. Sabe que para Abril debe estar en Ushuaia. Que algún día le gustaría andar en bici por Kazajistán y los países vecinos. Que con este viaje ya disipó toda duda: “Argentina es maravillosa”, asegura. Esas son sus únicas certezas, después será lo que disponga el camino.

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