En las carnicerías de la ciudad los consumidores se pelean por las ofertas de cualquier corte. ¿Falta educación alimenticia o es una cuestión cultural?
En las góndolas de un supermercado de Neuquén, que se caracteriza por tener buenas ofertas de carne, la gente se arremolina con desesperación. Toma las bandejas de las góndolas, mira el precio, la carga en el changuito o la devuelve y busca otra mejor.
Es un espectáculo de consumo digno de ver. Hay discusiones porque dos manos al mismo tiempo tomaron la última oferta de un corte en particular y hay empujones como si la compra de ese día fuera la más importante de sus vidas.
Pero el revuelo estalla en serio cuando llega el encargado de reponer mercadería y comienza a vocear los nuevos cortes. "LLegó la tapa de asado, el bife de chorizo...". Allí, los voraces consumidores reaccionan de la misma manera que las pirañas cuando ven que una vaca cayó al río. Es un ritmo frenético y desesperado. Nadie se quiere ir con las manos vacías. En cuestión de minutos no queda nada. Habrá que esperar una nueva reposición.
Lo curioso es que todo lo contrario ocurre en el sector de pescadería que está a unos pocos metros de la carnicería. El lugar está prácticamente vacío y el vendedor parece aburrido.
Es llamativo porque el kilo de pescado limpio y sin espinas cuesta menos de la mitad que el kilo de cualquier corte de carne vacuna que además tiene hueso o grasa y el peso neto aprovechable termina siendo a veces un 40 o 50 por ciento menos. Se trata de una de las grandes proteínas que los especialistas en nutrición recomiendan consumir cada vez más tanto a adultos como niños.
En tiempos de crisis como la que se vive sería algo normal que el consumo se volcara a más a este tipo de productos, pero en la Argentina, país carnívoro por excelencia, eso no ocurre.
¿Nos falta educación alimentaria? ¿O es una cuestión cultural que demandará mucho tiempo modificarla?
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