En el tramo final de las elecciones, los candidatos buscan la captación del tercio de votantes que no los eligió, promoviendo el odio y el miedo.
El balotaje, también conocido como sistema de “doble vuelta”, es un mecanismo electoral que cumple dos funciones: en primer lugar, la de conformar una mayoría electoral con representatividad suficiente, como para que la gobernabilidad esté asegurada; en segundo lugar, evitar la llegada al gobierno, de una primera minoría indeseable en detrimento de una mayoría dispersa. Es decir, promueve el voto útil.
Luego de la instauración del sistema de primarias abiertas, simultaneas y obligatorias (PASO) en 2009, podríamos llegar a pensar que en Argentina estamos cerca de un sistema “de triple vuelta”.
Desde la existencia del balotaje en Argentina, fueron cinco las veces, en las que los presidentes fueron electos mediante una mayoría “natural” en primera vuelta, obteniendo más del 45%: en 1995 Carlos Menem con el 49,9%, en 1999 Fernando De La Rúa con el 48,3%, en 2007 Cristina Fernandez de Kirchner con el 45,2%, en 2011 nuevamente Cristina con el tan recordado 54%, y finalmente en el 2019 Alberto Fernandez con el 48,1%.
Como dato curioso, nunca se llegó a la instancia que permite ganar una elección en primera vuelta, con el 40%, si es que la diferencia respecto del segundo, es superior al 10%. En cambio, fueron dos las veces en las que si se llegó a instancias de balotaje en la historia argentina.
En 1973, una versión del balotaje anterior a la reforma del '94, que establecía un piso del 50%, fue utilizada por primera y única vez, cuando Héctor Cámpora, a pesar de obtener el 49,9% de los votos, tuvo que competir nuevamente, para ganar en la segunda vuelta.
30 años mas tarde, en 2003, Carlos Menem resultó ser el candidato mas votado en primera vueltsa con el 24,4%, pero como su ya desgastada imagen arrojaba un voto negativo altísimo y sabía que no iba a sumar muchos puntos más, optó por no presentarse a la segunda vuelta y así Néstor Kirchner fue consagrado presidente con tan solo el 22,2% de los votos sin el balotaje.
Finalmente en 2015, Daniel Scioli fue el candidato mas votado en primera vuelta con el 37%, de los votos, pero en la segunda vuelta cambió la tendencia para que Mauricio Macri sea el triunfador con el 51,3% de los votos.
El 19 de noviembre del 2023 será la tercera vez en la que los argentinos acuden al balotaje, como mecanismo para conformar una mayoría que, aunque sea “artificial”, será una mayoría en fin, y dotará al próximo gobierno de un poco más legitimidad y gobernabilidad.
Balotaje y fragmentación
Las elecciones estarán marcadas a fuego por un contexto de crisis y fragmentación política similar a la del 2001, en la que resultará muy difícil compatibilizar diferencias y contradicciones del pasado para formar una mayoría.
Hay un tercio del electorado, cuyos votos afirmativos cayeron en candidatos que no sobrevivieron hasta el balotaje, por lo tanto, se encuentran “huérfanos” y sin representación. Compuesto por los votos de Bullrich, Schiaretti y la Bregman son un paquete de votos distinto, cuya principal motivación para votar el 19 de noviembre no nacerá de una simpatía, afinidad, ni de ningún sentimiento positivo. Esos votantes, elegirán a aquel candidato a quien odian o temen menos. En este contexto de subrepresentación y de contradicciones, es posible que el voto en blanco también tenga un papel protagónico.
Javier Milei tiene la misión de buscar los votos de Patricia Bullrich y de Juntos por el Cambio, a quienes denostó con gran pasión y violencia a lo largo de toda la campaña política. “Traidores alineados a la internacional socialista”, “Juntos por el Cargo”, “Tirabombas en jardines de niños”, “viejos meados de la UCR”… la lista de agravios no tiene fin. ¿Como se unen entonces los votos de Bullrich con los de Miel? Con odio. Muchos años de kirchnerismo, inflación y corrupción, desgastaron a un sector mayoritario de la sociedad, que pide un cambio, y que están dispuestos a sacudirse los insultos y dar un “salto al vacio” o como expresó Mauricio Macri, a tirarse de un auto que va a 100 km/h con tal evitar un choque seguro. Sin dudas que el manifiesto apoyo de Bullrich y Macri sumado al odio en contra del oficialismo, asegurarán que una buena parte del 23% de Juntos por el Cambio llegue a las manos de La Libertad Avanza.
Por su parte, Sergio Massa tiene muy claro que su “target” de votante, está repartido entre aquellos que en las elecciones generales eligieron tanto a Bullrich, Schiaretti y a la izquierda, de manera indistinta. Y que a pesar de que la mayoría de la población quiere un cambio, Massa puede unir muchos de esos votos dispersos a su ya 37% logrado, con otro sentimiento negativo muy poderoso: el miedo.
La estabilidad mental de Milei que claramente se encuentra entre signos de interrogación, las declaraciones erráticas de sus laderos políticos, las crueles propuestas ultra liberales, las ideas anarco capitalistas de dudosa aplicación, la falta de experiencia etc etc. serán las formas en las que el miedo será exhibido sin cansancio por el oficialismo durante este tramo final de la campaña. En paralelo, Massa intentará superar las contradicciones de su volátil pasado, que lo ha encontrado abrazado al Macrismo y al Kirchnerismo por igual, mostrándose como un dialoguista racional de centro, ya muy lejano a las ideas de Cristina, para así esquivar el odio antikirchnerista, que está a flor de piel en la sociedad.
Las encuestadoras anuncian una paridad sin precedentes en la historia reciente, por lo que cualquier mínima diferencia que los candidatos puedan obtener mediante apoyos mediáticos y territoriales de la dirigencia nacional, las estrategias discursivas y el debate del 12 de noviembre serán buscadas como un tesoro.
Aunque probablemente quien mejor logre aflorar los sentimientos de odio o de miedo, será quien logre gobernar Argentina a partir del 10 de diciembre.
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