La caída de la casa Soazo
Se los conoce como los Bin Laden de toma La Familia. Son seis hermanos, a dos los mataron, tres están presos y el más chico tiene dos homicidios en su haber.
La historia no está basada en los cuentos y poemas de ningún escritor, así como “La caída de la casa Usher”, que retoma el arco literario de misterio, suspenso y oscuridad de Edgar Alan Poe. En dicho cuento se retrata el hundimiento de cada uno de los Usher y el final de un linaje.
Los Soazo son una historia real, basada en actos criminales de una familia de punteros políticos que crio a sus hijos al margen de la ley y les hizo mamar el delito desde la cuna. Sus seis integrantes tuvieron sus respectivas escaladas de violencia y terminaron involucrados en delitos graves. Algunos están muertos (Rubén y Gastón), otros tras las rejas (Javier, Richard y Jésica) y solo uno, acusado de dos homicidios, permanece en libertad por ser menor, pero es muy difícil que por su derrotero pueda llegar a zafar del destino y evitar que, al igual que los Usher, su linaje perezca.
Pensar al delincuente
El sociólogo Edwin Sutherland propuso a principios del siglo pasado la teoría de la asociación diferencial, en la cual explica a un sector de la delincuencia no como resultado de la inadaptación, sino del aprendizaje de conductas, actitudes y valores que adquiere a partir de su entorno. Es decir, el delito se puede mamar y aprehender.
En Neuquén tenemos varios personajes del ambiente delictivo que reúnen estas características, y los Soazo son todo un ejemplo de un grupo familiar asociado al crimen desde muy temprana edad y que entró en desgracia en 2014, con las primeras muertes. Esto generó un efecto dominó y hoy todos sus integrantes están con causas legales, tras las rejas o de camino.
La pregunta incómoda siempre es la misma: ¿el Estado podría haberlo evitado? Tal vez los Soazo son parte de la propia contradicción del Estado que fomenta y protege punteros hasta que todo se desmadra. En esa etapa, les sueltan la mano y su suerte queda echada.
Bienvenidos a la caída de los Soazo o Bin Laden, como le dicen a este grupo familiar que se crio en la toma La Familia, una toma que fue impulsada y apoyada por el gobierno provincial a fines del siglo pasado. Los primeros vecinos todavía guardan en su memoria el recuerdo de los camiones de Desarrollo Social llegando en medio de una tormenta y descargando chapas, madera cantonera, nailon y hasta ladrillos.
El linaje Soazo
De los Soazo del Bouquet Roldán, Felipe se quedaría por la zona oeste de la ciudad y Rubén se instalaría en La Familia. Las proles de ambos dieron origen a renombradas bandas criminales: los Bin Laden en toma La Familia y los Felipitos en el TCI. Ambos Soazo con derroteros casi idénticos.
“Los hijos de Rubén se criaron entre actividades de punteros, robos y consumo de drogas. Nunca jerarquizaron”, confió una fuente que conoce bien a esta familia.
El jerarquizar en la jerga criminal es adquirir estatus. Los Bin Laden nunca superaron el umbral de ser meros ladronzuelos violentos, aunque el más chico de todos superó al resto y ya carga con una causa por homicidio y se lo estaba por notificar por otra muerte más al cierre de este informe.
“Se los bautizó los Bin Laden en la Comisaría Segunda porque eran tremendos. Desde los primeros años de la década del 2000, eran quilombos casi todos los días con estos pibitos”, reveló el informante.
“Salían a roban sobre calle Saturnino Torres y Ruta 22 o sobre Richieri. Hacían robos tipo piraña a los conductores que frenaban en el semáforo, a los alumnos de un colegio que hay por las inmediaciones de la toma y a los que pasaban por la zona”, recordó un viejo pesquisa.
Otra fuente que los conoce de raíz confió: “No robaban por necesidad, a lo sumo por estatus, y lo hacían con violencia. Te podría decir que todos los problemas y enfrentamientos que tienen y han tenido son porque son más que nada violentos. Es una marca que los atraviesa a todos”.
En la toma, que era brava, había delincuentes vinculados a otros rubros que no querían saber nada con los Bin Laden porque “sus raterías atraían la Policía al barrio”.
Esa dinámica llevó a que se enemistaran con los Chavos, dedicados al negocio del narcomenudeo.
La tensión con vecinos, otras bandas y transas terminó por estallar en 2015, pero en 2014 los Bin Laden tuvieron dos episodios traumáticos.
Julio de 2014 tiene un espacio temporal de cinco días, del 12 al 17, que representa un quiebre para este singular linaje.
Julio es un mes trágico que sumergió a los Soazo en un derrotero que parece no terminar, como una suerte de maldición, o simplemente comenzó a traccionar en la vida de los Bin Laden el refrán que reza “el que las hace, las paga”.
Teté: una salida, la muerte
Rubén “Teté” Soazo tenía 24 años y un largo historial delictivo desde chico. Cumplidos los 18 años, lejos de frenar, siguió por inercia. Las adicciones lo tenían a mal traer y los robos cada vez eran más frecuentes y jugados.
La noche del 12 de julio de 2014, ingresó por una puerta ventana a una casa del barrio Barreneche, en inmediaciones del aeropuerto. Allí se encontró cara a cara con un matrimonio mayor, a los que golpeó en forma salvaje y amenazó con una pistola.
“Creo que pensó que le iba a salir bien como tantas otras veces”, recordó un pesquisa.
Lo cierto es que el Teté no tuvo la suerte de su lado. La hija del matrimonio justo fue a buscar a su mascota y, antes de ingresar a la casa, se percató de la situación y dio aviso a la Policía.
Los efectivos de la Comisaría 12 rodearon la vivienda. La desesperación pudo al Teté, que tomó como escudo humano al dueño de casa, al que le apuntaba con el arma en la cabeza.
Era una escena de película, pero con la tensión y el drama propios de la realidad.
Los policías empuñaban sus armas y le decían a Rubén Soazo: “¡Dejate de joder, Teté! ¡Soltá el arma, no compliques las cosas!”.
El Teté, el dueño de casa y los policías transpiraban pese a la fría noche.
Soazo no estaba para nada en sus cabales, temblaba, vociferaba insultos y amenazas. Todo hacía prever que la noche iba a terminar mal.
El final a tiros lo precipitó Soazo en forma innecesaria. Los consumos, el odio de cuna a la Policía, su constante ejercicio de la violencia y el inexorable deterioro psíquico fueron determinantes.
El Teté se desprendió del dueño de casa en un solo movimiento. El hombre cayó al suelo y quedó en estado fetal cubriéndose la cabeza con las manos.
Después, el Teté intentó abrirse camino a los tiros para escapar, pero lo mataron de tres balazos.
Esa caída caló hondo en los Soazo. El Teté era un referente. Los Bin Laden quedaron consternados y prometieron venganza.
La situación empeoró porque el policía que abrió fuego vivía a tan solo cuatro cuadras de la toma La Familia. Él y su familia estuvieron bajo resguardo de la Policía durante dos días hasta que la jefatura envió un camión de mudanzas, cargaron todo y salieron en un convoy con destino al interior neuquino.
Un mes después, el policía volvió al trabajo y su familia recuperó cierta normalidad. Durante un par de años, su identidad y su destino fueron prácticamente un secreto de Estado.
En ese momento, el entonces jefe de la fuerza neuquina, Raúl Laserna, informó que el clan de los Bin Laden tenía más de 60 causas por distintos delitos y denunció que la justicia no hacía nada.
Ejecutan a Gastón
La droga en la banda no era un negocio, solo la utilizaban para consumo. Esa adicción potenció la violencia de cada uno de los integrantes.
Gastón Soazo tenía 22 años en julio de 2014. El 17 de ese mes, cinco días después de la muerte de su hermano, fue a buscar a una joven al barrio Islas Malvinas.
En el ambiente, al Teté se le temía porque era de armas tomar, por eso nadie se metía con los Bin Laden. Pero tras la caída, el resto del clan quedó debilitado y expuesto.
Esa madrugada del 17 de julio, Gastón Soazo experimentó lo que era la ausencia del halo de protección que le brindaba su hermano.
En plena vía pública del barrio Islas Malvinas se encontró con un par de jóvenes con los que tenía cuentas pendientes, entre ellos Ever Campos.
“Se trataba de un vuelto por droga. Gastón hacía un tiempo había recibido una plata y una campera a cambio de droga que no entregó”, reveló una fuente del caso a este medio.
En el cara a cara devinieron el cobro, la discusión, el enfrentamiento y la ejecución.
Campos sacó un arma y le pegó un tiro en las costillas que depositó a Gastón sobre el sucio asfalto. Mientras se desangraba, Campos le disparó en el rostro a corta distancia y cuando se giró, lo remató de un tiro en la nuca.
El crimen de Gastón Soazo obligó a la Policía a esclarecerlo con celeridad para evitar que se lo cargaran a la propia fuerza, que ya había tenido bastante con la muerte del Teté.
A los cuatro días del homicidio de Gastón, Ever Campos se entregó. En abril de 2015, el joven asesino fue declarado culpable y, a la espera de la condena, se fugó, lo recapturaron y le dictaron once años de prisión.
La caída de la casa
Fueron las muertes de Teté y Gastón las que pusieron al frente de la familia a Jésica, pero nada la alejó del delito: junto con sus hermanos, siguió robando como si no hubiera un mañana.
Como ya habíamos advertido, en la toma La Familia, las andanzas de los Bin Laden causaban algunos dolores de cabeza a otros grupos vinculados al delito porque atraían a la Policía.
De hecho, en noviembre de 2015, el ataque a tiros a un verdulero del barrio fue el desencadenante que llevó a que los vecinos indignados protestaran frente a la casa de los Soazo ubicada en Comahue casi esquina Copahue.
Los Chavos, una banda de pibes dedicada al narcomenudeo, aprovecharon la movida y agitaron a la turba de vecinos, que terminó quemando y demoliendo a mazazos la casa de los Soazo.
La Policía sacó a Jésica con su beba y al resto de la familia, que debieron ser asistidos por Desarrollo Social. El organismo les consiguió una casa en el barrio La Sirena, “la Rosadita”.
Una piba de terror
Jésica nació en Noche de Brujas (Halloween) y ahora, el 31 de octubre, cumplirá 29 años.
Se puede asegurar que los años que ha vivido han sido con una intensidad temeraria y con mucha suerte, ya que logró superar el umbral de sus hermanos mayores.
Por aquellos años, Jésica era la cara visible del clan que venía en caída libre. Ella tenía unas 25 causas por hurtos, robos calificados y amenazas con arma. La violencia con la que se manejaba y maneja sorprende hasta a los propios delincuentes.
Jésica sigue teniendo el triste récord de ser la única mujer que atravesó la justicia juvenil y terminó con una condena de tres años en suspenso.
Eso no representó para ella un coto a la hora de seguir con sus andanzas junto a su pareja, el Gaspa, con quien tuvo una beba semanas antes de que los expulsaran de la toma en noviembre de 2015.
Incluso, al momento en que la turba de vecinos resolviera quemar y demoler la vivienda, había sido condenada a tres años y cuatro meses de prisión, pero le dieron el beneficio de la domiciliaria por ser madre, aunque le dictaron la reincidencia.
En la Rosadita, Jesica y compañía se fueron transformando en una presencia no grata para los vecinos de La Sirena, que comenzaron a llamar a la Policía cada vez con más frecuencia por los incidentes que generaban los Bin Laden y sus visitantes.
Al año de cumplir prisión domiciliaria, a Jésica poco le importó el beneficio de estar criando a su hija en una casa y decidió transgredir la norma.
La joven violó la domiciliaria y la Justicia dictó la captura. Arduos rastrillajes permitieron, el 25 de noviembre de 2016, dar con ella en la esquina de Libertad y Tierra del Fuego.
Cuando vio a los policías, la joven no opuso resistencia. La jueza de ejecución penal Raquel Gass le dio de baja al beneficio de la domiciliaria y Jésica pasó a cumplir la pena tras las rejas de la cárcel de mujeres, la U16, que se encuentra en inmediaciones del aeropuerto.
Lo cierto es que la vida en prisión no le sentaba nada bien, principalmente eso de convivir con otras mujeres.
“Era todo un fastidio dentro de la cárcel. Generaba muchos problemas y peleas permanentemente”, reveló una fuente a LMN.
En mayo de 2017, Jésica volvió a solicitar el beneficio de la prisión domiciliaria por dos motivos puntuales: su hija y un cuadro de estrés por encierro, algo común en cualquier persona privada de la libertad. No se sabe bien por qué, pero se lo aceptaron.
Llevarse bien con la ley no era lo suyo. En agosto de ese año, tres meses después de obtener el beneficio, se mudó de casa sin notificar a las autoridades, por lo que terminó con otro pedido de captura.
La ubicaron el 10 de agosto en una casa del barrio Don Bosco donde la presencia de su familia también trajo aparejados problemas vecinales. De todas formas, la Justicia le dio la posibilidad de seguir cumpliendo con la condena en la casa mientras criaba a su hija.
En julio de 2020, Jésica sumó otra condena de seis meses de prisión efectiva por morder a un policía, dañar un patrullero e intentar robarle a un adolescente. Mucho más no se puede explicar: Jésica vive jugada, al límite, y es extremadamente violenta.
El Richard y el Javier
Ambos están tras las rejas y su accionar no difiere demasiado del resto de sus hermanos. La violencia en los Soazo parece ser genética y está potenciada por los consumos.
Como dijimos, ninguno jerarquizó, por lo que sus robos no son demasiado elaborados y la mayoría son arrebatos y oportunismo.
En agosto de 2020, la Fiscalía de Robos y Hurtos junto con el defensor de Richard Soazo llegaron a un acuerdo pleno por una seguidilla de robos a cuatro estaciones de servicio a punta de pistola, una forma muy fácil de hacer efectivo rápido. A esto se le sumó un enfrentamiento con la Policía que incluyó tiros y persecución. Además, un encubrimiento por el robo de una moto.
En ese procedimiento abreviado, Richard recibió una pena de prisión efectiva de siete años y seis meses.
Cuando cayó Richard, Javier ya estaba detenido desde 2015.
Incluso, estando tras las rejas, zafó de varias causas por robos y lesiones, entre ellas un vecino al que atacó a palazos provocándole fracturas tanto en la cabeza como en un brazo.
Las causas no prosperaron no porque no estuviera involucrado, sino porque en algunas se vencieron los plazos de la investigación o se calificó mal el delito. Creer o reventar.
En abril de este año, Javier Soazo recuperó la libertad, pero no abandonó su vida de ladronzuelo y la cárcel tampoco lo ayudó a reinsertarse.
Volvió a delinquir, pero en este caso lo hacía para tener efectivo para comprar droga. De hecho, fueron varios los robos que consideran las autoridades que cometió, pero puntualmente la semana del 13 de agosto quedó filmado en un episodio que incluyó amenazas con arma.
El hecho ocurrió en la calle Pomona, entre Correntoso y Saturnino Torres, cerca de la toma La Familia. Allí sorprendió a unos pibes que se alistaban para ir al Paseo de la Costa y les consultó por un kiosco de venta de drogas.
Cuando los adolescentes le dijeron que no sabían nada, Javier vio la oportunidad y la aprovechó. Sacó el arma, los amenazó y les robó los celulares. Los jóvenes, entre la bronca y la desesperación, vociferaron que lo iban a denunciar. Acto seguido, Javier metió un par de tiros para amedrentarlos.
Todo quedó grabado por las cámaras de seguridad de un vecino y la Policía montó un operativo por el cual logró detenerlo en su vieja casa de toma La Familia que devino en una suerte de búnker. Levantaron un paredón bien alto en el frente y metieron un portón grande. La parte de arriba de la casa está tal cual como quedó después de que los expulsaran del barrio en 2015. Solo refaccionaron la parte de abajo como para tener un lugar para guarecerse.
Para concretar la captura de Javier, hubo que allanar dicha vivienda. La Policía montó un amplio despliegue. Participó personal de Comisaría Segunda, 19 y 18, la Unidad Especial UESPO y el Departamento Seguridad Metropolitana.
Javier fue acusado por robo, amenazas calificadas y abuso de arma. A esta situación se le sumó que la ex pareja lo denunció porque la tuvo toda una semana secuestrada bajo amenaza en los primeros días de agosto. No lo había hecho antes porque temía represalias.
Fue así que también lo acusaron por privación ilegítima de la libertad, agravada por haber sido mediante violencia de género y amenazas.
Javier quedó detenido con prisión preventiva por cuatro meses mientras se avanza con la investigación.
Un crimen en familia
Tras la caída de Javier, Jésica volvió al ruedo dirimiendo conflictos con otras bandas y aprovechando su chapa de piba pesada.
“¿Sabés por qué nadie se quiere meter con ella? Porque es una tipa violenta y decidida”, confió un viejo pesquisa que conoce a los Bin Laden prácticamente desde niños.
La mañana del 3 de octubre, estaba tomando un café con una fuente y me anunció: “Anoche balearon a un pibe en la cabeza. Estamos buscando a la Jésica y a su hermano menor de edad”.
El último Bin Laden, a quien no podemos identificar por la ley 2302, ya estaba bajo investigación por varios hechos, pero todavía no caía.
Esa misma mañana dimos a conocer que Juan Sebastián Sandoval había recibido un tiro en la frente, entre ceja y ceja prácticamente. Tenía muerte cerebral y, antes de que concluyera la jornada, los médicos decretaron su muerte oficialmente.
El rápido movimiento de Seguridad Personal y la Fiscalía de Homicidios permitió dar con Jésica y su hermano adolescente.
¿Cómo fue el crimen? Así lo describió el fiscal de Homicidios Andrés Azar en la audiencia: “Sandoval estaba junto con un grupo de familiares y amigos en la vereda de Trabajadores Municipales 198 del barrio Bouquet Roldan. Pasaron Jésica Soazo y un adolescente en una moto de 110 cc, de colores azul y negro. Jésica iba conduciendo y se detuvo al llegar a la esquina. El menor se bajó y comenzó a efectuar disparos con un arma de fuego, impactando uno de los proyectiles en la parte frontal de la cabeza de Sandoval”.
La virulencia de Jésica quedó retratada en la audiencia a partir de los testimonios que relevó la fiscalía.
“Metros antes de llegar al lugar del hecho, comenzó a gritarles a viva voz ‘les va a caber a ustedes, giles’. Tras frenar, le gritaba al menor ‘matalo, matalo, matalo’. Ella se quedó parada en la moto esperando que terminara de disparar. Luego, le dijo ‘subite, subite que ya le diste’, y emprendieron la fuga”, describió Azar.
Por ese motivo, la causa quedó caratulada como homicidio agravado por el uso de arma de fuego en calidad de coautora.
Por este hecho quedó detenida con seis meses de prisión preventiva porque en su caso se dan todos supuestos de ley: riesgo de fuga, entorpecimiento de la investigación y riesgo para víctimas y testigos.
En tanto, a su hermano menor se lo acusó en la justicia juvenil por el homicidio de Sandoval. Además, este viernes fue demorado ya que estaba en la mira por otro crimen. Es decir, acumulará dos acusaciones por homicidio y todavía no cumplió los 18 años.
Botón de muestra
Con los Bin Laden, si bien hay un paraguas sociológico por el cual uno puede comprender por qué sus vidas están arrasadas por el delito, también queda flotando en el aire la duda de si en algún momento alguno de ellos pretendió algo distinto.
¿Tuvieron oportunidad de zafar pese a la adversidad? ¿En algún momento alguno lo intentó, tal vez lo imaginó, pero no cuadraba con el modelo familiar?
La teoría de la asociación diferencial sugiere que estos aprendizajes delictivos a temprana edad condicionan muchísimo el comportamiento a futuro porque suelen estar profundamente arraigados.
Para los Soazo, la delincuencia era parte de su cotidianidad y tenían un entorno lleno de estímulos e influencias en ese sentido.
Pensar una vida fuera del delito, cuando este está tan arraigado, no es una posibilidad. “Salirse es traicionar a la familia. Para ellos, su vida es eso”, confió una fuente que ha tenido que interactuar con cada uno de los Bin Laden.
Si bien Sutherland considera que no es imposible salir, destaca que es necesaria una intervención del Estado con un abordaje transversal que permita alejar de ese entorno a los jóvenes para luego brindarles una serie de herramientas, alternativas y oportunidades para no quedar atrapados en el ciclo de la delincuencia.
Los Soazo son el botón de muestra de vidas marginales que siempre están al límite y que, por lo general, no terminan nada bien.
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